miércoles, 30 de diciembre de 2009

Y los sueños, ¿sueños son?


Os quiero contar un cuento. Un cuento de viejo impío, que creció entre clérigos y meapilas; de viejo, que sin saberlo, se hizo republicano entre héroes con corona y príncipes justos (¡como si estos sustantivos y adjetivos fueran compatibles!); de viejo descreído a fuerza de lentos desengaños; un cuento de viejo, aprendiz de misántropo, que luchó contra esta condición y empieza a darse cuenta de que tal vez no debió gastar fuerzas en ese empeño. Ahora, que las noches son más largas que los días y las cortinas de lluvia convierten todos los paisajes en grabados japoneses, os quiero contar un cuento:

Eran las seis, la tarde sepia, envuelta en hojas amarillas, trepaba hacia el cerro en el que la última noche se escucharon aullidos. Abajo, los caminos sucios y blancos se afilaban y penetraban raudos en el pueblo buscando caldos calientes y chimeneas. Los moldes de botas y pezuñas esperaban en la nieve otra fugaz intrusión de hombres y bestias cargados con leña, que pasaban cabeceando y concentrados en lo que parecía una huída, a juzgar por las insistentes y temerosas miradas a los meandros del sendero.
Las calles vacías recibían a los aldeanos y sus caballerías, que espantaban el miedo y el silencio con toses, juramentos y redobles de cascos herrados sobre piedras heridas, que despedían chispas como imprecación.
Al llegar a la taberna del "Ratonés", Bonifacio fijó las riendas a la montura, arreó la mula, para que se fuera acercando a casa y atraído por el farol de lamparilla  y el caballo ruano atado a la argolla de la puerta, entró cautelosamente, afirmando bien sus pies sobre la rugosa madera del piso, adaptando sus ojos a la penumbra del estrecho pasillo, temeroso, los brazos por delante, y de pronto..........................

..........Una linda señorita recogió su abrigo de armiño, estampó dos húmedos besos en su frente y barbilla y cogiéndo su mano, con ternura, le acompañó a una enorme sala adornada con novedosos motivos navideños y con una lujosa mesa circular en el centro, en la que no faltaban pavos rellenos, frutas exóticas, dulces con banderitas indicadoras de su nacionalidad y vinos, licores y refrescos de todos los colores. Al fondo, sobre un altillo entarimado, una big band de maoríes desnudos y tatuados disparaba melodías que daban alas a los ligeros pies de los asistentes; estos sonreían constantemente y de forma tan luminosa que Facio, que así le llamaba la chica tostada y vaporosa, pudo observar que no había arañas o bombillas en aquel patio resplandeciente. Toda la luz procedía de sus boquitas de piano (sin teclas con caries), de manera que si por un momento, los dos mil invitados hubieran sellado sus labios, hubieran reinado el caos y la oscuridad. Pero todo estaba pensado en aquella macro fiesta,  por si  tenía lugar el improbable apagón: no menos de trescientos ministros de paises de economía emergente (los que parten de cero) estaban situados cerca de las puertas, con un bocado que hacía inutiles sus intentonas de "fermer la bouche". Y mientras, a una endiablada velocidad, cabalgando sobre un vals que los polinésicos interpretaban con vertiginoso swing, la pareja protagonista avanzaba hacia el que parecía, por su impecable traje y maneras, el jefe de todos los camareros, al que acompañaba una preciosa mulata con un cestillo de uvas sobre su cabeza. Ella, la danzarina, gritaba:
-Papá, mamá, es Facio, ha venido desde España.
Y él, ebrio de entusiasmo saludaba al pasar frente a ellos:
-¡Hola señor Barack Hussein, hola señora Michelle!, no se preocupen se la devolveré antes de las doce. Son ustedes más blancos de lo que imaginaba!.¡Adiós!
Y siguieron circulando, nunca mejor dicho, hasta el jardín; e imparables retozaron por los paseos del parterre, y, tras tropezar, acabaron rodando por el cesped hasta que literalmente se los tragó la tierra. Abrazados, fueron descendiendo por un tunel vertical y estrecho, con paredes acolchadas con balas de algodón y quedaron dormidos durante el viaje a las antípodas.............

.................Boni salió por fin de la trinchera de arena y la ayudó a subir, había pasado miedo pensando que no conseguirían escapar; la luna hubiera sido testigo de cómo les devoraban las fieras, pero no quiso asustarla y la dijo que debían permanecer allí, en silencio, sin llorar, hasta que el último tigre famélico se fuera a un McDonalds, siguiendo el dulce olor de la carne muerta. La pequeña era hija de la última novia de su padre, que ahora hablaba y reía con mamá: ¡nunca se habían querido tanto!; ¿porqué no se separarían antes?, se preguntaba el muchacho que pronto cumpliría los siete años, mientras esperaba a la cría, de tres, al final del tobogán.
Sus padres venían ahora más veces al parque que antes, con la excusa de que los niños tienen que jugar, pero a él no se la daban con queso: querían verse. No le importaba, se alegraba; aunque a veces se comportaran de forma infantil  y se olvidaran de ellos.
María es muy bonita, rubieta con chupa-chups, pecosilla, alegre y sociable. Boni, más retraído, la regaña por intimar con el primero que pasa  y la abraza arrastrándola hacia las coloridas distracciones, entre la arboleda. Un rato antes ha tenido que separarla de un cura joven, con hábito, todo negro, y con un extraño sombrero; y de una mujer antigua que leía en voz alta, algo sobre ".....tardes y aullidos". Ambos, sentados en un banco, no han dejado de cuchichear, reír y seguirles con la mirada.
El muchacho quiere irse y busca a sus padres que ya no están, corre arrastrando a la niña  y de pronto se da cuenta que sólo tiene un chupete entre las manos; mira a su alrededor, paralizado por el miedo, y ve a lo lejos perderse el vuelo de una sotana tras un chopo gigantesco. No hay nada más, no hay nadie más. Quiere gritar y no puede... y entonces recuerda y activa algo que le dijo su maestra para situaciones límite: cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero, y : ¿despierto?............

.................Lucía se levanta mareada . Ha pasado mala noche. Vueltas y más vueltas en la amplia cama, enorme desde hace cinco meses, cuando quedó sola, con un embrión. Las ecografías del día anterior la hacen andar sin sombra; el niño va bien, pero es inquietante ver a un feto con dientes. Tampoco ayudaron mucho los cafés que, con Petri, tomó a última hora en aquel bar con las paredes forradas de horrendas máscaras.
En las largas horas tenebrosas, cada cambio de postura ha significado: un sueño inconexo, una absurda quimera y un creciente desasosiego.
Sentada aún en la cama, adormilada e inerte, se pregunta qué hace una piruleta pegada entre las páginas del libro de Cuentos de Aldecoa y porqué en lugar de sus cómodos zapatos hay en el suelo unas zapatillas de baile; la piel se le eriza cuando ve que el despertador marca las seis y que por delante del balcón abierto cruzan hojas amarillas, y se cuelan el frío y un salvaje alarido que hace dar volteretas a la criatura que habita sus entrañas. Arranca el crucifijo de la cabecera; lo aprieta, cabeza abajo, contra su pecho y se dirige despacio hacia el ventanal, los ojos perdidos en el horizonte....Quiere ver muy cerca la nieve, quiere fundirse con ella.


A quienes cubren de blancas mariposas los negros sueños.

 Jaht

martes, 15 de diciembre de 2009

¡Pero Mira Como Beben...!




El aire frío y el humo venían cargados con volutas de recuerdos, que como diminutos tornados entraban por la nariz, llenaban los pulmones y, al momento, encendían olvidados rincones en mi cerebro. Allí se recreaban escenas y sonidos que tenían que ver: con botellas de anís, almireces y villancicos; con calles empedradas, cántaros de leche y rimeros de leña; con rebuznos, campanillas y candiles. Supuse, que en el imaginario de mis nietos, dentro de 50 años, las melancólicas evocaciones tendrían en cuenta: los camiones de pollos de Veravic, el cine en 3D y los Papá Noel trepando por los balcones; los videojuegos, la Picasso de su abuelo y los contenedores de colores  para reciclar; los gusanitos de luz que trepan por las farolas, el chunga-chunga del coche tuneado del vecino, con re-mix navideño y la casa-bar de sus padres.

Un siglo. Un siglo con cien paradas, con cien finales de año; obligados a mirar atrás, obligados al arqueo de memoria, aún cuando no seamos aficionados a la contabilidad. Y todo para ponernos tristes, para extrañar a los que no están y para rellenar los últimos días de Diciembre con hormigoneras y hormigoneras de tópicos hipócritas. Sé que al menos en esto no estoy en minoría: somos más los que sufrimos estas fiestas que los que las disfrutan.

Pero no desesperéis, allí estaremos, solidarios: con el gorrito y el matasuegras, la sidra achampanada, la cuenta atrás y las uvas, los besos (incluidos los de Judas) y el feliz año, las respuestas "ingeniosas" a preguntas "trascendentes"(P/ ¿Qué te han "echao" los Reyes? R/ A mí de casa) y el superpopular...: "lo importante es que "haiga salud".

Contad con nosotros que, aunque resentidos, tampoco queremos cargarnos el sistema y menos ahora que tenemos al consumo en la UVI. No os preocupéis mariscadores, bodegueros, banqueros, políticos neoliberales, emprendedores, estrategas económicos, periodistas pesebreros y multinacionales del comercio; haremos de tripas corazón, aquí estamos, dispuestos a salvar la piel de quienes nos despellejan. ¡Todo sea por defender el espíritu de las navidades pasadas!.

Como no podía ser de otro modo, hacemos nuestra la tarjeta que ha ideado el colectivo (más de cuatro millones) de parados para pedir este año el aguinaldo:

Ave, benefactores del ingrato e indolente trabajador, los que no merecen ni respirar vuestras exquisitas flatulencias os saludan y os desean Felices Fiestas y  Todavía Más Próspero (si fuera posible) Año Nuevo.
¡DAME ALGO!. 
         Uno de los parados del barrio         
Jaht

Gracias a Matt Groening y a El Roto por dejarme sentar a estos dos pobres en mi mesa.



jueves, 3 de diciembre de 2009

Estación Abrevadero


"Siempre rebosa el amor en los reencuentros".


Mientras camino, la frase martillea mi cabeza rítmicamente, al compás de unos pasos que cada vez son más rápidos y más alegres. Mi padre fue el creador de esta luminosa sentencia hace cuarenta años, cuando yo era apenas un niño. Si Marciano, que así se llamaba el filósofo y poeta, hubiera tenido que escribirla con garabatos de oro, hubiera necesitado primero de un escribano que tradujera en letras las palabras, porque él era casi analfabeto. En cambio, en mis recuerdos están cinceladas sobre blancas e indelebles nubes de algodón y en el lenguaje universal del sentimiento, que no permite error, ni faltas ortográficas. Recuerdo, con todo lujo de detalles, el momento en que volaron de su boca, mientras esperaba en cuclillas con los brazos abiertos, la llegada de mi madre y los tres cachorrillos, que corríamos más deprisa que el tren que se alejaba. El andén, en Plasencia, estaba plagado de cajas, bolsos y maletas cruzadas por correas, y de hombres rudos como él que hablaban de las carbonillas del tren para no admitir que estaban llorando. Eran las once de la mañana y el frío sol de invierno caía tan sesgado que dejaba a oscuras, aunque pintado de escarcha, todo lugar en que no aterrizara uno de sus rayos.Un año, sin una cara que pincha junto a la tuya, es mucho tiempo para un niño que tiene que defender en la escuela a un héroe emigrante, que sólo aparece por Navidad.

Pero no he venido hoy  hasta el apeadero, para hablaros de mi infancia sino de la gran verdad que habitaba el pensamiento de mi padre: "...del amor que rebosa". Hay en las estaciones tantos trocitos de corazón, tanta ternura suelta (como aquella carbonilla que atacaba los ojos de nuestros "ulises"), que no es cuestión de desaprovecharla y menos en estos días que corren, tan desaprensivos.
Yo vengo habitualmente a bañarme en miradas de esperanza, en suspiros, en abrazos que abarcan familias enteras, en risas y sobre todo en los ríos de lágrimas que purifican el pecho y despejan la cabeza (recomendable, no sólo para el espíritu, también para los catarros).
Pero también he sido testigo de huídas sin equipaje, de yertas muecas de bienvenida, de miedos infundados y de lunas de miel que se rompen al poner el pie en el estribo.Creemos que únicamente lloran los que están en tierra y eso es porque dejamos de ver a los que se van; pero siempre el amor está por medio: por exceso o por defecto; y los que venimos a esta especie de balneario de Renfe salimos reconfortados y más limpios.

La experiencia ha convertido mi imaginación en un instrumento casi infalible para detectar situaciones emotivas y novelescas. Por ejemplo os puedo asegurar que esa chiquita del piercing en el ombligo y el abrigo de piel, que se come las uñas, está esperando a una amiga (antes decíamos novia) que está haciendo oposiciones para entrar en las Fuerza Armadas. Y ese señor mayor, de grandes cejas y gesto adusto, marcha a pasar las nochebuenas en casa de su hijo, que hace tres meses que no se acuesta con su mujer. ¿Y qué me decís del que acaba de cruzar el hall a la carrera?; no, no es un carterista; es hincha del Barça y lo televisan a las ocho. Ese inquieto del móvil y el maletín, ni se va, ni espera a nadie; está haciendo tiempo; hace meses que perdió su trabajo. La pareja que acompaña al hombre del sombrero y el poncho, los que se dirigen a la calle, son policías y él un estafador de poca monta.
¿Que en qué baso mis suposiciones?: En sus miradas, sus manos, los bultos o falta de ellos, la respiración, su vestimenta, sus gestos, los regalos...... y tantos años de abrevar en estas charcas en que chapotean las sensibilidades más sinceras, las inmediatas, las que no se pueden ocultar porque forman parte del instinto más humano, el que más nos acerca a los animales: el de supervivencia.
Sí, en ocasiones he errado el tiro, ¿o no?: una vez deduje que la bella y angelical dama, que aguardaba pacientemente, piernas cruzadas y guantes sobre el regazo, era una señora bien casada que se la estaba jugando a su marido con el sujeto que llegaría en breve; y resultó ser un cura alto con teja y sotana.

Siempre que podáis, visitad estaciones y trenes, aunque no aparezcan en las guías turísticas, no os cobran nada, tienen mucho que enseñar y podréis encontrar, aún, amores olvidados en las antiguas consignas.
Yo creo que el "maligno" ha inventado el AVE para cargarse las salas de espera y los transbordos, aquellos  ámbitos y aquellos empujones que contagiaban humanidad.




 A todos los viajeros, incluso a los que no van a ninguna parte.
Jaht

domingo, 22 de noviembre de 2009

Cine de Autor


Sólo una cosa compartieron los asistentes a aquella proyección: Nadie quedó indiferente.
Algunos, ofendidos, abandonaron la sala a medio metraje. Otros esperaron en vano una respuesta a cuanto sucedía en la pantalla. Hubo quien monologó, altivo, con el director a lo largo de la representación, formando parte viva del proyecto, y quien se interesó a la salida por la residencia de “ese sinvergüenza que m’a birlao cinco pavos”
Los programadores, temerosos, hicieron círculo, como los caballos que sienten el acoso de los lobos; y la taquillera, con el botín bajo el brazo, puso tierra de por medio cuando los murmullos iban “in crescendo”.
Quienes habían acudido espoleados por el escándalo salieron escandalizados, pero descontentos (esa actitud no la entendí). Los que entraron con el centro de gravedad bajito daban angustiosos traspiés, con las manos en la espalda, buscando algo que debía estar por debajo del nivel del suelo. Los más vehementes aprovecharon la pasarela central para rasgarse las vestiduras y uno, que no se llamaba Nikito, si no Quinito, se hizo el hara-kiri con muy poco honor, todo hay que decirlo, porque había comido coles.
En este ambiente, más caliente que cálido, es perdonable que los cuatro que disfrutaron de aquel extraño film no dijeran ni pío, amparándose en aquello de que es mejor ser un cobarde vivo que un héroe muerto.
Ni que decir tiene que esta bochornosa situación no tuvo lugar en la Sala Avenida, donde al reclamo del Cineclub El Gallinero acude un personal correcto y exquisito con un nivel crítico y un respeto fuera de toda discusión. Como mucho, los más exigentes, se atreven a decir “irreverencias” del tipo: “Jopelines, me ha incomodado ligeramente esta visión distorsionada del genio danés”.
Jaht


A El Gallinero que ha tenido la osadía de poner una película más (y van cuatro) del irreductible Lars Von Trier, con todo el riesgo que ello supone. 

¡187,  y seguimos! 
¡Larga vida al cineclub!.                                                    

martes, 10 de noviembre de 2009

François



El sol irradiaba aquella mañana de tu blanca tez de niño. Qué más podías pedirle a la vida si había luz y pan, corrías sin cansarte, la sonrisa encendía tu cara y reías porque la levedad te hacía flotar, y la brisa primaveral te cosquilleaba. Te esperaban en casa y querías llegar antes de que la baguette se enfriara. De ahí que compitieras con tu sombra y con la ventaja de que había pocos viandantes. Y es que en aquellos días París era un pueblo y podías cruzarte por la calle con el tío Pablo, ese señor de España que, decían, era buen pintor y al que le gustaba hurgar en los contenedores,  e incluso con el loco de Ronis, el hijo de la viuda pianista, que disparaba a todo lo que se movía.
Las mujeres, que jaleaban tu carrera, llevaban aún pañuelo en la cabeza y las madres olían a ternura y sus brazos eran cálidos y suaves. Tenías ganas de volver pronto para respirar el café y el croissant que, como cada Domingo, tu padre tomaba en la cama mientras leía Libération. La portada del matutino hablaba de que un tal Jonas Salk, americano de origen polaco, había inventado una vacuna contra la poliomielitis y de los éxitos del nadador  Jean Boiteux al que su padre, con boina, abrazaba dentro de la piscina.
Nunca olvidarás aquel día, ni la espléndida matinée, porque todos tus sentidos funcionaron al unísono y te hicieron fuerte e indestructible. Paraste el mundo, pero no para bajarte sino para observar con más detalle cuanto te rodeaba, y por momentos fuiste el ser más feliz de la tierra; y la justificación de que la vida merece vivirse aunque solo sea para eternizar esos segundos en que la inocencia y la alegría se imponen a la realidad, que resbalaba sin asidero por tus seis largos años de vida.

Hoy, 57 otoños después, al cerrar los ojos, has vuelto a ver al fotógrafo de aquella festiva mañana y  han retornado el tufillo a orín de perro impregnado en las piedras y la fragancia de los primeros narcisos del parque; y los evocadores efluvios de la acicalada señora que acude a misa, del obrero recién afeitado y del betún de las botas del gendarme. Y es que los Domingos olían diferentes y sonaban distintos: campanas, diales saltarines, tranvías alegres, pájaros tenores, ruidos musicales y cambalache.
Cuando sea lunes: las barberías, los ultramarinos con ruedas de arenques en sus puertas, los gritos de la verdulera, los silbatos de los guardias de tráfico y los emberrenchinados R4, se harán cargo de la calle.

Cuando sea lunes….
Cuando sea lunes: irás a recoger a tu nieto que no se llama François y te enterarás, en el kiosco de periódicos, que el hijo de la pianista ya no está entre nosotros y, aunque ya sabías de su edad, sentirás que la cebolla de tu vida ha perdido otra capa; y el frío recorrerá tu espalda, sin escapar de tu cuerpo, quedándose instalado en un rincón cerca de la cabeza. Lo que pasa siempre que muere uno de los nuestros.
Y al salir del colegio el niño te preguntará una vez más:
-Abuelo, ¿cuando vamos a ir a ver a ese señor que te hizo una foto vestido de antiguo cuando eras como yo?
Y, esta vez, responderás lo de siempre:
- Pronto Willy, muy pronto.
Y le estrecharás con fuerza para ahuyentarte el frío y pensarás en todos los brazos que ya nunca te abrazarán.
Jaht 


A la memoria de Willy Ronis fotógrafo francés que murió el 12 de Septiembre del 2009 a la edad de 99 años. 
Por haber vivido enarbolando la única bandera que debiera importarnos: 
La Humanidad. 

Y para Le Petit Parisien, allá donde se encuentre.

martes, 27 de octubre de 2009

Nueve Letras (II)



Conociendo las mimbres con que estaba urdido K, dilucidé que aquella mujer trascendía el trabajo frío y riguroso, oficial, milimétrico y de alta precisión de mi ex colega. El hecho de encargarme la faena hablaba a las claras de que la historia que había tras aquellos supuestos ojos negros escapaba al mundo de aséptica microcirugía documental, asexuada y pragmática de un aventajado, supongo, funcionario de platino del CNI.


El primer contacto visual me colocó en un plano de hipnotizado ser inferior, tal era la clase que irradiaba: movimientos de suavidad felina, sonrisa triste de terciopelo, discreta seguridad, elegancia natural, perfume a piel y a eucalipto…….Una dama inalcanzable,  un irresistible personaje recién apeado de una pantalla de cine. Hube de sacudir mi encandilamiento con un largo trago al cóctel que me traía entre manos para despertar a tiempo y leer, más que escuchar, de labios de la recepcionista el número de su apartamento que resultó estar en la misma planta que el mío. Luego, colocando las gafas por encima de su frente regaló al mozo una mirada adornada con un extra de  simpatía y se dirigió tras él y sus maletas al ascensor sin perder ni un grado de verticalidad, insinuando con sus largas piernas que lo de los cuerpos perfectos es anterior al Photoshop.


Pude enterarme (secreto profesional) que sus intenciones, las de Rita (nombre a todas luces falso) eran quedarse veinte días y aprovechar el sol, la playa y la tranquilidad del fin de temporada. Di el último sorbo, hice un gesto de despedida al camarero, que era del Atletic igual que yo, recompuse mi estampa, como hacen los boxeadores que han estado a punto de ser noqueados y analicé la situación; y con el objeto de mi investigación ya corporeizado (nunca mejor dicho) decidí concentrarme en mi trabajo y actuar como un auténtico sabueso. ¿Quién será la Matahari, de dónde vendrá, qué misterios oculta, para qué gobiernos trabaja….? Todas estas preguntas rumiaba camino de la estancia cuando tropecé en el pasillo con el afortunado receptor de la sonrisa divina, con el botones, que apresurado y encendido como un tomate corría para recuperar su puesto en la entrada del hotel.


Aquella misma noche durante la cena pude anotar en mis apreciaciones que el “objeto a investigar” dominaba varios idiomas y que parecía hablarlos con tal fluidez (cierto es que yo tampoco había estudiado filología), que sólo con este detalle no me sería fácil conocer su nacionalidad. Añadí también en mi cuadernillo que las conversaciones parecían muy afectuosas y que en su mayor parte las mantenía con varones, pormenor sin interés teniendo en cuenta su condición de abeja reina. Charló animosamente con un grupo de estudiantes alemanes que la rodeaban babeantes mientras esperaban juntos en la cola del buffet, con la pareja francesa que compartía mesa, con los camareros gaditanos;  y me desconcertó verla alejarse, con toda familiaridad, hacia el mar y la luna del brazo de lo que parecía un dandi inglés.


Amigos no le faltaron en ningún momento y especialmente los que llamaríamos amigos íntimos, esos que ayudan con la crema protectora e incluso pasan a tu habitación con el pretexto de recabar alguna información de tu portátil. En ningún momento observé actitud sospechosa, que delatara su condición de agente al servicio de ocultos intereses: nada de llamadas desde teléfonos públicos, ni equívocas miradas, ni largas ausencias,…..nada fuera de lo común. Era el topicazo de la persona ociosa con el único objetivo, fácil en su caso, de múltiples aventuras amorosas.
Esta inexistente peligrosidad me resultaba aún más intrigante. Ni siquiera los micrófonos que logré introducir en su dormitorio aportaban algo más que tertulias intrascendentes y monumentales jadeos.
El aura con que yo la había distinguido me pareció excesiva, viendo la facilidad con la que unos y otros obtenían sus favores. ¿Qué tipo de caprichos mantendrían ahora ocupado al disoluto Francisco?


El lunes de la tercera semana, próxima la finalización de su estancia en la bahía, y sin nada de interés que aportar al informe, la seguí hasta unos multicines; allí la esperaba un conocido camarero del Conquistador. Pasaron acaramelados a la sala en que ponían la última de Tarantino y tuve la impresión que ella me atisbaba tras sus impenetrables gafas. Contrariado, entré a ver Mapa de los Sonidos de Tokio y en lugar de sacudirme la obsesión salí del cine todavía más aturdido pero dispuesto a pasar a la acción.


Por la mañana, tomando el vermouth, comenté con Juanjo la clasificación. Y hablando de los leones rojinegros y de su futuro liguero, supe también que la dama misteriosa era una gata sobre un tejado de zinc que huía de afectos, vínculos y fotografías, y que prefería quedarse sola tras el apareamiento.
Siguiendo la portada de Público leí que el Jefe Supremo de Inteligencia había entregado de forma irrevocable su dimisión, mi olfato se activó y supe que pronto las piezas encajarían.
Tras la cena, en la barra del hotel, sin preámbulos, me dirigí a Rita: - ¿Qué tal los Malditos Bastardos?. No se sorprendió por la pregunta; apartó, interesada, el cigarrillo de sus labios, me lanzó una cautivadora mirada, que sostuve con oficio, y respondió, con sorprendente y dulce acento canario: - El amigo Quentin se está volviendo blando, ha dejado a tres vivos.
Continuamos, entre copa y copa, hablando de cine, de música, de libros, de desamores que perpetúan el amor y hasta de soledades. Con esa complicidad que dan la noche y el alcohol, llegamos al análisis de las verdades universales, sin pasar siquiera por las íntimas mentiras. De repente intuí, no me preguntéis cómo, que ella sabía quién era yo y creí adivinar su misión; pero a un profesional sólo le interesan las certezas.
Era difícil no sucumbir de forma inmediata a su melancólica caída de ojos, a esa necesidad de ternura que insinuaba, a esa emergencia de besos y abrazos……pero aguanté el pulso y conseguí que en su penúltimo ron su voz se quebrara un segundo al hablar de alguien, que por el momento de la charla, deduje que podía ser un hijo. Recobró al instante la firmeza e introdujo su rodilla entre mis piernas, ronroneando: - Sé de un sitio en que podrás tomar el último Gin-Tonic; y cogiéndome la mano tiró hacia las escaleras, con apremio. Subimos de dos en dos los peldaños descansando para alimentar la pasión, el único alimento que provoca hambre.


La suite de Rita era la prolongación de su persona: calidez, misterio y fantasía. Ella pidió mi colaboración para bajar la cremallera de su vestido mientras la voz de Billie Holiday y el saxo del Presidente  lloraban a ritmo de swing; se perdió con una sonrisa en el cuarto de baño, y yo me dirigí al aparador para componer dos copas como en mis mejores tiempos de barman: niebla de cáscara de limón, rodaja de pepino, hojas de menta, lima salvaje....y algo más. La intensidad de las lámparas descendió y coincidiendo con las primeras notas del piano de My Man apareció a contraluz la silueta desnuda de una mujer en sazón. Me acerqué con las dos copas en las manos y se materializó sobre su cuerpo un camisón corto, como una cortina de lluvia blanca; sin hablarnos brindamos, nos miramos dentro de los ojos y bailamos como si fueramos dos enamorados. Cuando acabó el tema hice resbalar el picardías de sus hombros y la deposité sobre la cama como si fuera de cristal, un cristal recien soplado, caliente. Susurré promesas en su oreja e imploré tres minutos de ausencia.


Al regresar del aseo ya dormía profundamente, la dósis de diazepán había funcionado y comencé mi reconocimiento. Al registrar su bolso hallé conclusiones de todas mis hipótesis; tenía, efectivamente, entre útiles cosméticos, preservativos y chicles, la foto (fallo imperdonable) de un adolescente, con la misma cara del joven Kiko que conocí,  y una ampolla de batracotoxina con la que me hubiera colocado en un plazo de cinco horas en casa de Hades, o sea, en el Reino de los Muertos. Así pues esta Viuda Negra era la señora y el puñal de aquel que un día confesó que yo fumaba marihuana y del que no quise descubrir sus perversas aficiones; y que 
ahora, próximo al poder del imperio de seda, repta, 
político sibilino, para obsequiarme con el sueño eterno.
 Sentí lástima de la muñeca rota, bocabajo, sobre la sábana roja y comprendí su furor uterino. Escribí sobre su piel nacarada con tinta indeleble:
"Habéis fallado y no olvides K que tu condición de --------- es mi arma secreta; y que ya está a buen recaudo. Si vuelvo a sentir cerca de mí tu aliento te hundo en la miseria. 
Págame el resto"





A los poderosos, que no lo serían sin nosotros, con el menor de mis aprecios .



Jaht

lunes, 19 de octubre de 2009

Nueve Letras (I)



Cuando escuché el mensaje de aquel número desconocido (9347851926)  en el contestador no podía dar crédito. Parecía llegar del más allá. Veintidós años sin saber nada de él y de pronto surge, sólo voz; preocupado: “ Celi, soy yo, K, quiero pedirte un favor. A tu ciudad llegará el viernes alguien que quiero que vigiles, es un tema muy personal, quiero que me cuentes la verdad. El elemento a investigar es Mambon  GFD en el Hotel Conquistador. Sé, no me pidas explicaciones, que sigues en esto. El número que aparecerá en esta llamada no existe, no puedo hablar contigo. Cuando averigües algo déjame el mensaje en tu blog, como haces con los otros. Hazlo por lo mucho que nos unió. No tendrás nada que decir de los honorarios, de hecho ya he ingresado parte en una de tus cuentas”

El cabrón de K, todavía vivo, aunque no me extrañaría que estuviera muerto para los del Registro. Estudiamos juntos, los dos íbamos para espías aunque yo me quedara en mugroso detective. El, se volatilizó un día por los pasillos del CNI y desde entonces perdí su pista. Aprendimos juntos muchas cosas; de las primeras, a descifrar mensajes encriptados en un texto, de la manera más fácil. La mayoría de los transcriptores estudian las posibilidades  más enrevesadas, cuando la respuesta suele estar tras una fácil combinación de letras ordenadas según indica una cifra que aparecerá casualmente en el texto: primer número para la línea contando desde el final; el resto forma la frase o la palabra, de atrás hacia adelante sin tener en cuenta los signos.

Era bueno, su falta de principios y escrúpulos le convertían en un candidato muy interesante. Y sí, hubo un tiempo que fuimos inseparables, aunque cuando en la prueba final le dieron a elegir entre un amigo o un trabajo de por vida, me traicionó; en ese momento nuestros maestros decidieron que él estaba preparado. Luego me pidió disculpas y se ofreció para llevarme a la parada del autobús tras mi expulsión: “Tú hubieras hecho lo mismo, entiéndeme Carlos Elías, así es la vida. Yo quiero ser un buen profesional de esto. Eres demasiado humano”. Entonces creí comprenderle, no me preguntéis porqué, supongo que la convicción también formaba parte de su oficio.
Con el paso de los años y las nuevas perspectivas fui colocando al amigo K en la ubicación adecuada dentro de mi vida: en el baúl del olvido. Así las cosas, lo primero que se me pasó por la cabeza fue devolver el dinero, guardar el mensaje en el mismo cajón que su recuerdo y dedicar el fin de semana al sofá, el cine y los partidos de fútbol. Pero antes de rebobinar quise oír de nuevo su voz angustiosa y confieso que me picó la curiosidad por saber quién era la mujer que se escondía tras esa descripción.

El viernes, como efectivamente la cantidad ingresada era jugosa, me permití contratar una habitación, con vistas al mar, en el hotel más rumboso de la que era mi nueva localidad desde hacía tres meses. ¿Cómo sabría Kiko (de ahí su nombre de guerra, nada que ver con el agrimensor del Castillo de Kafka) de mi última residencia?
Conseguí, con una excusa irrefutable, que me permitieran ocupar el cuarto media hora antes y localicé un discreto lugar en la recepción para ver sin ser visto. Saqué un libro manejable, ya leído, comprobé que las letras no estaban cabeza abajo y me dispuse a esperar pacientemente la llegada de lo que llamaría mi cliente: “elemento a investigar”.
Paseé por los jardines sin separar la vista del hall. Pedí a un camarero un Gin-Tonic y unos pastelitos. Visité un par de veces los servicios y, con celeridad y alivio, constaté al momento que ningún vehículo con matrícula GFD había entrado en el estacionamiento. Se hizo esperar, tanto que hube de cambiar a otro tomo; no fuera que alguien hubiera visto el título del delgado ejemplar con el que empecé la mañana (Del Amor y Otros Demonios), la gente se suele fijar en esas cosas. Iba supuestamente por la página veinte de los Cuentos Completos de Ignacio Aldecoa, a falta de cinco minutos para las siete de la tarde, cuando cruzó el aparcamiento un Audi negro que se colocó tras un seto de buganvillas, tan rápido que sólo pude apreciar el color. Me incorporé y con disimulo, el libro bajo el brazo, decidí salir a estirar las piernas. Allí estaban las letras deseadas; y efectivamente, el retrato encriptado del espía se correspondía con la realidad: alta, de mediana edad, bonita…. sólo quedaba constatar si los ojos, que se ocultaban tras esas innecesarias gafas de sol, eran negros.
Jaht

miércoles, 7 de octubre de 2009

Alberto y Chuchín




ALBERTO

Entra en su dúplex en el centro de Madrid, una de las tres viviendas que le quedaron tras el divorcio . Se sirve una copa y sale a la terraza. Enfrente, el falso castaño le mira imponente con su tupido follaje de verde oxidado. Cuarenta metros más abajo, sobre el césped, un menudo hombrecillo con pintas de vagabundo baila y canturrea con un perro callejero. Envidia la libertad de ese pobretón y de todos los pajarillos que buscan cobijo bajo las hojas del árbol presagiando la tormenta. Apura de un golpe el coñac, auténtico, y se sirve otro que comienza a calentar con sus manos temblorosas. La botella que ha bebido en el avión que le ha devuelto de París no ha conseguido ni siquiera templarle el alma, ¡tan frío le ha dejado la sentencia!. Entra en el piso tiritando y con el mando automático cierra la cristalera, se desviste y tras ducharse se coloca un pijama y una bata, ambas prendas de seda natural.

Coloca un disco en el reproductor y la música de Wilhelm Richard Wagner golpea cada rincón de la casa dejando notas tililando en las arañas de cristal. Ha elegido la función REP para que no cese de sonar la última obra de la tetralogía del Anillo de los Nibelungos: El ocaso de los dioses. El piso está perfectamente insonorizado, los vecinos, a los que no conoce, no se quejarán por el ruido.
Llora, como siempre que escucha el Götterdämmerung, mientras desprecinta con un cortaplumas de oro un arcón de madera con diez estuches del mejor Armagnac del mundo. Coloca la botella sobre la mesa y la contempla con lascivia, luego cerrando los ojos pasea su mano por el lomo de la botella; nunca bebió de una sin curvas clásicas, ni de una licorera con caras prismáticas; siempre aborreció los recipientes experimentales de nuevo diseño y de tacto brusco no aptos para la caricia; para él, sólo formas de mujer.

Las mujeres, su segunda debilidad y su primer objeto de odio, comenzando por su madre. Tras la muerte de Doña Claudia sólo una tiene llaves de este piso y está seguro que si la viera vestida no la reconocería;  por cierto, la dejará un aviso en el contestador. Abre otra de esas joyas de colección y sonríe malevolamente imaginando las caras de unos y otros cuando dentro de unos días los periódicos empiecen a hablar de la caída de un imperio financiero, de fraudes, de cuentas B...Sólo siente no estar presente para ver al imbécil de su hijo sirviendo mesas de terraza y a la cursi de su madre consultando en internet qué hacer para conseguir freir un huevo.

Hijo único y heredero de un emporio empresarial. Lector, en su rebelde juventud de paraisos perdidos, de ese "poetilla" chileno que sólo acertó en lo de la "sed eterna".Ya está borracho, bueno no sabe si ha dejado de estarlo en algún momento del día, pero ahora lo está mucho más y se ríe. Ríe a carcajadas y recuerda a su madre diciendo en la fiesta de graduación aquello de: "Albertito tiene una ligera indisposición tras una más que merecida celebración".

Las lágrimas no ligan bien con el Armagnac piensa mientras gatea hasta la librería. Llegan con los redobles de Wagner los pocos recuerdos agradables: Mónica y la inocencia, aquel verano en el Valle, el abuelo Ernesto y su colección de Cuentos Escabrosos de Curas y Beatas y.....Mónica y la inocencia.
Hace horas que dejó de templar las copas de balón, y de mimar el envase; ahora, encogido sobre la moqueta aprieta el puño sobre el gollete con la misma fuerza del que estrangula lo que más ama. Por dentro arde, su espectro es de color morado y también duele. Los timbales de la orquesta le taladran. No puede hacerles callar. Sigfrido ha muerto. Ya es tarde para todos. Quiere dormir.



INFORME POLICIAL

Llamada de mujer, que no se identifica, conminándonos a acudir a un piso sito en Calle Bailén a la altura de los Jardínes Sabatini, que pertenece a la familia Robles de Altube. Hallado cadáver de varón de 45 años de edad.  Yace en el suelo, en posición fetal. En su entorno varias botellas vacías de Cognac y en sus manos un libro de Pablo Neruda con unos versos tachados : "Tengo lista mi muerte, como un traje que me espera, del color que amo, de la extensión que busqué inutilmente, de la profundidad que necesito."
Hubimos de desenchufar un lector de CD que no dejaba de reproducir música clásica a un gran volumen.
Causa probable de la muerte: Intoxicación etílica.






CHUCHÍN

Atento, amable y dicharachero caminaba deprisa como si tuviera que llegar a algún sitio, como si alguien lo esperara. Saludaba sin parar a conocidos y extraños, siempre con una sonrisa que mordía un cigarrillo apagado; sus ojillos, a veces, chispeaban bien redondos; y otras, el peso de la tristeza,  y el dulce sopor del recuerdo les hacía mirar tras una rendija entre párpados hinchados y cejas rendidas.

Atocha.Una mañana del invierno de 1984, al disipar los primeros rayos  la cortina de niebla y el humo del último tren, empezó a dibujarse, a lo lejos, en el andén, la silueta de alguien que parecía descender de la máquina del tiempo más que de un vagón. Llegó tranquilo y radiante, flotando sobre los murmullos, ataviado con pantalón de pana negra, jersey de cuello alto, zapatos Gorila y boina de los Domingos; en bandolera una bota de vino de fabricación propia: piel de cabra curtida con polvo de encina, impermeabilizada con pez de enebro y cosida con trenzas de algodón; en cada mano una caja de galletas María cruzada con cuerdas y en la boca un purillo entrefino.
Paró en el centro de la sala de espera, se cruzó de brazos y miró hacia la cúpula entreabriendo la boca y asintiendo ostensiblemente. A continuación se dirigió a la salida, entregó una hoja cuadriculada a un taxista y ajustó el viaje hasta la pensión.

Luego pasaron ¡tantas cosas!: la construcción, los bares de La Latina, los escaparates, la habitación de Doña Petra, los amigos, los toros, Casa Jezabel… y Rosalía, los parques, el SELUR, la calle, los bares de La Latina, Casa Jezabel… sin Rosalía, los bancos, las largas aceras, los contenedores, algunos perros amigos, la calle, el supermercado, la sección de vino de mesa, los parques, los contenedores, las aceras infinitas, la sección de vino de mesa, la perrita, el parque….

Aparentemente el amigo Jesús siempre tuvo la misma edad. Los que le recuerdan recién llegado, no han contado en estos últimos veinticinco años ni una cana más, ni un pelo menos. Los dientes que le faltan habían quedado ya por las sierras blanqueándose al sol con los huesos de las chivarras que acarreó desde niño.
Apenas un par de concesiones a su vida en la capital: dejar que Rosalía, la del club, tirara su gorra al Manzanares y permitir que el alcohol mandara ya más que él. Y todo por ser bueno, por no saber decir que no.
Transmitía afecto, que la gente devolvía con unas monedillas que alimentaban su ir y venir al supermercado, a la sección que ya sabéis.
Ayer mismo se le vio de vuelta con un caniche saltarín antes del diluvio y bromeó con todos los tenderos que se apresuraban en guardar las mercancías, los niños que se retiraban del parque cantaron lo que él les había enseñado:
“Vienen Chuchín y su perrito,
déjame mamá que me quede otro ratito.
Es un borrachín pero es simpático
y nos cuenta historias de mundos mágicos”

Lulú no ha conseguido levantarlo esta mañana, ni con ladridos, ni con lametones. Bajo la gruesa raíz aérea del castaño de Indias ha quedado acurrucado para siempre, entre cartones, abrazado a su bota con boquilla de madera de asta de toro…., pequeño y sonriente.
Su amigo Joaquín, el de Becerril, con el que trabajó de barrendero, lo ha encontrado y no ha podido evitar un sollozo mientras le tapaba con un saco de plástico. Hace poco, entre sudores fríos y tiritones, el hombrecillo que nunca se quejaba, le había dicho: “Yo ya no estoy para ambulancias Quinito, lo mío va a ser cosa del Servicio Municipal de Basura.”




Jaht

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Calidad de Vida


Aquí, donde lleno mis pulmones con aire y verdín. Aquí en este bosquecillo donde tantos viven y tantos venimos a vivir, algún día, en nombre del progreso, un avispado y pragmático regidor municipal, aspirante a calle; que sin duda pertenecerá a un partido que en sus siglas ocultará sagradas palabras como: pueblo, libertad, democracia, obrero...etc, cederá los terrenos para una urbanización o un campo de golf.
Luego, cuando hayamos salido de las cavernas, nos deslumbrarán con modernos edificios inteligentes  y  helicópteros que, cual cazadores de safari, se posarán sobre los llorosos tocones de robles centenarios. Nos maravillarán con el higiénico césped artificial: sin lombrices, sin sucios escarabajos peloteros y sin ese alérgico elemento que los antiguos llamaban yerba. Babearemos, y los más entregados aplaudirán, ante las falditas y muslos bronceados, los pantalones bombachos acariciados por fustas, los bólidos descapotables, las piscinas climatizadas con techos deslizantes,  los polos de cocodrilo francés auténtico, las pamelas de organdí y los atractivos y exóticos caddies marfileños.

Ni que decir tiene que tan enriquecedor y espléndido desfile lo presenciaremos tras doble alambrada de cinco metros de altura, tan tupida, que nuestros generosos y agradecidos visitantes no podrán siquiera echarnos cacahuetes, a no ser que se molesten en pelarlos. Aunque es posible que agasajen a nuestro alcalde y su señora dejándoles sacarse una foto con ese enorme mayordomo con charreteras que tapa la entrada principal.

Si como es de suponer estimado lector tú también te has dejado seducir por el canto de las sirenas y esperas a mi lado, impaciente, un maní, compartirás conmigo el sabio discurso u homilía de nuestros líderes vanguardistas, nuestros faros, los maquinistas que conducen con mano de hierro el tren de la modernidad, o sea: los banqueros, los vendedores de armas y de medicinas, los magnates de los medios de información.....que siguen recitando sus letanías:

*Aquí, mimetizados en roca, los dinosaurios duermen desde hace siglos, permitiendo que en sus entrañas aniden las mariposas y que de sus profundas heridas broten verdes lagartos y rojas hormigas:
- Oíd, inútiles e inertes elementos improductivos, os despertaremos con dinamita y vuestras esquirlas alfombrarán nuestras carreteras.

*Ese cándido arroyuelo que tararea entre los sauces y juega distraido con los guijarros ha cometido el grave descuido de no huir hacia el centro de la tierra: sea pues privado de libre curso, entubado y obligado a refrigerar reactores nucleares.

*Y esas montañas sinuosas, procaces, de pecaminosas formas; que se elevan altivas contra el cielo, que a veces se visten con trajes ostentosos y otras se coronan de blanco sin que corra por sus torrenteras la sangre azul: ardan por los cuatro costados y acaben sus días en las fauces trituradoras de los monstruos mecánicos con dientes de acero. ¡Hagamos plano el Himalaya para que los sherpas vivan más cerca del mar!.

*Todas las semillas a mi banco que yo os daré de comer, siempre que lo merezcáis y me hagáis feliz. Yo, Saturno, devoraré el hambre del mundo para eso he inventado los transgénicos, las multinacionales y la globalización;  pero no me salgáis respondones, ya sabréis por Goya qué le pasó a mi hijo.

*Y para acabar estas reflexiones, queridos hermanos, tengamos en cuenta que lo mejor para nosotros, los ricos, está por llegar: 778 canales televisivos que se podrán ver en una caja de cerillas electrónica; móviles de quinta generación que se regalarán con paquetes de magdalenas; fantásticas orgías virtuales con auténticas muñec@s espaciales; maravillosas operaciones de cambio de sexo (todos hermafroditas) para conseguir el máximo individualismo; máquinas robot, en lugar de autómatas humanos, para que se dediquen a la política; ataúdes con moviola que resucitarán a todos los que se llamen Lázaro.....y más....mucho más por el módico precio de la sumisión.
No hagáis caso de utópicos ecologistas, pacifistas, anticapitalistas y otras gentes de mal vivir; ellos no tienen dinero, luego, nunca podrán comprar la verdad. ¿Verdad?.






La exageración es la lupa de la evidencia
Jaht   

domingo, 20 de septiembre de 2009

Días de Pimentón


Ha madrugado más que nadie para respirar el aire fresco y virgen de la mañana. Media hora antes de que lo recojan ya está sentado en el banco que un día fue verde y hoy luce tatuado con nombres, fechas y corazones. Es el momento del día que más le gusta, ese instante en que la luz comienza a imponerse y la noche se va, remolona, llevándose encadenados todos los miedos y fantasmas; cuando aún no han aparecido los inquietantes e imprevisibles seres humanos, cuando te reconoces a tí mismo y los perros paran para mirarte. Fuma, mezclando el humo con frías bocanadas de puro oxígeno, como si cada calada fuera agua que cura la sed. ¡Cómo se parecen los amaneceres!, piensa mirando muy lejos; y a continuación en una isleta del asiento rotula con la punta de la cuchilla un nombre de mujer.

Son las siete. José para la DKW al lado del pilón, se apea y se dirige precipitadamente a la casa más escondida y vieja de la plazuela, dentro del coche dormitan dos hombres que diferencian sus generaciones por la colocación de las viseras de sus gorras (una en el cogote y otra sobre los ojos) y una joven con cascos insertos en sus orejas que masca chicle rítmicamente.
Se apagan las farolas de la calle justo cuando el conductor, refunfuñando, aparece delante de lo que parecen un matrimonio de mediana edad y su hija adolescente.
-Es el último día que os espero. La próxima vez os quedáis en tierra; ¡como que me llamo José!
-Vale Pepe, tienes razón, ya sabes cómo son las mujeres. ¡Buenos días a todos, menos a uno!, -saluda jocosamente el rubicundo personaje en el momento de subir al desvencijado transporte-
El vehículo avanza hacia la salida del pueblo y antes de enfilar hacia las vegas se detiene tres veces para engullir a otros tantos seres oscuros, el último se acerca a la furgoneta guardando su navaja en la bolsa de los bocadillos.

La tierra es parda y los surcos infinitos. El rojo maduro pone una nota de color en un paisaje que, aún sin sol, parece únicamente pintado en grises. La cuadrilla, al ¡vamos! estentóreo del capataz, inicia su lenta y fructífera marcha arrastrando los sacos y comenzando la cuenta atrás a partir de 28.800, el número de segundos que quedan, el número de pimientos que faltan.
Unas horas después el rey del firmamento irradia tan a plomo que no permite siquiera la sombra del sombrero y el fogonazo abrasador perla de sucio sudor las montaraces facciones de ellos y traza regueros marrones en las sonrosadas mejillas de las mujeres; unos y otros limpian el excedente de sus barbillas y cuellos con pañuelos de mil colores. Los jornaleros se afanan en llegar los primeros al final de la senda, recuperar la verticalidad y disfrutar así de más tiempo de descanso antes de dar la vuelta. La muchacha más joven, a la zaga, se queja de que le ha tocado el corte más difícil, el de pimenteras más cargadas; la madre ayuda y el padre da ánimos cantando guasón: "Mi niña Lola, mi niña Lola; se le ha puesto la carita del color de la amapola..."

Ha acabado el surco de rodillas. Se levanta e intenta enderezarse, las manos sobre los ardientes lumbares, los dientes apretados aspirando y enfriando la cálida brisa; debe tener el dolor instalado en el cerebro porque su espalda, ahora, es de corcho. La voz de su abuela le llega nítida: " Aplícate Jerónimo, o te veo rebuscando calzones*...".¡Qué razón tenía la "jodía"!, se dice mientras se desentumece andando hacia el botijo. Alza los brazos y tapa el sol con el barril, cierra los ojos y se sitúa bajo el chorro imaginándose desnudo bajo las cataratas Victoria, hasta que el graciosete de turno le hinca un dedo en la barriga recordándole que ya ha pasado el avión. Necesita pensar en las caricias de su novia, y en que sólo quedan cuatro horas, para no desertar e incorporarse de nuevo a la formación horizontal que barrerá el campo en sentido contrario. Y así durante un mes. ¡Qué razón tenía la "jodía".

A lo lejos dos caballos galopan el camino entre nubes de polvo, van hacia los chopos del río; alguien, mirando al encargado, comenta que son el amo de la finca, el que aparece en las latas, y su última novia que han venido de Madrid para pasar el puente. José, que llena y cose las maquilas, masculla y aprovecha para escupir la colilla que dormía apagada en sus labios. Con el salivazo han caído algunas indescifrables palabras de desprecio para los nuevos señoritos y una advertencia para los currantes:
-Vamos, vosotros a lo vuestro, que no váis a desquitar los cuarenta euros y dejad ya los cotilleos, que hoy hemos de acabar esta haza. Tú, el "arriñonao" y tú Serafín id cargando el tractor y arreando "pa" los secaderos.

Serafín es la mano derecha de José, es perro viejo, fue mediero en esta misma finca cuando la llevaban los anteriores dueños, los murcianos. Ahora le va mejor en el trabajo, menos escaliento; aunque ya para qué.... La muerte de su único hijo no le ha descansado, como imaginó en un tiempo; la puta heroína se llevó también las ganas de vivir de su mujer que callejea desde entonces como un alma en pena, buscando la puerta por donde debió marcharse su niño.
Prefiere, en la campaña, quedarse en la parcela y, casi por el mismo precio, encargarse de todo el largo proceso: almacenamiento, secado al humo de encina, machacar, encañar, despezonar.....; tostarse con las guindillas en lo alto del sequero: purgatorio suyo e infierno para otros con menos pecados; dormir al lado de la lumbre y el hurgón; oler todo él a picante y despedir cada saco que sube para el molino, sintiendo más cerca el fin del otoño y la temida vuelta a casa.

La tarde parece tener prisa y la gran luna pálida aguarda expectante la hora del alumbramiento. Los pimentoneros se lavan metidos en la acequia hasta las rodillas y un halo de compañerismo y complicidad los une, como si fueran soldados supervivientes de un duro combate. Minutos después la achacosa DKW trepa hacia el pueblo llena de seres cansados y satisfechos que juntan fuerzas para pronunciar pronto un escueto: ¡hasta mañana!.
Al llegar al parque, José, hace su primera parada y apea al último que subió por la mañana. El hombre, tímidamente, dice adiós con la mano y se dirige anhelante al escaño metálico que le vió partir de temprano. Se sienta, enciende con parsimonia un cigarrillo y aspira profundamente perdiendo la mirada húmeda en el horizonte en llamas, donde acaba La Vera.
¡Cómo se parecen los atardeceres!, piensa mientras acaricia con el dedo índice las nuevas letras, las que forman un nombre de mujer: Aisha.

*Se llaman calzones a los pimientos dobles o mellizos, poco comunes, y que alentaban la falsa leyenda de que al encontrar el quinto te ibas para casa con el jornal ganado.

Jaht

A todos los que no aparecen en las latas: los seres anónimos que viven bajo los sombreros y colorean con su sangre el mejor pimentón del mundo.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Severine




En la inmensa casa, la campana del reloj rebotó de pared en pared antes de conseguir despertar a Severine que tenía su oreja junto a ella. Tengo que rebajar la dosis de dormidina, se dijo desde el más allá. Eran las siete de un nuevo día que comenzaba, como el resto de los días de sus diez últimos años, casi sola. Lejos, en otras habitaciones de la casa, estaban sus hijos y más lejos aún, tal vez a miles de kilómetros se hallaba su marido. Hacía tiempo que había perdido la pista de sus últimas actividades: ...algo así como comisionado de una empresa que tenía que ver con la Unesco y los libros de texto para países en desarrollo, o al menos eso había contado en su última estancia; de ello hacía tres semanas.
Nuestra náufraga, en una isla de lujo, hubo de hacer un esfuerzo titánico para llegar bajo la cascada del jacuzzi y recomponer así su autoestima, y recobrar después su confianza al embadurnar sus apretados muslos y el resto de su cuerpo con una innecesaria crema reafirmante.

Luego tocó levantar a Michel, que a sus ocho años se consideraba ya el hombre de la casa, y por tanto actuaba con responsabilidad y a Melanie que era una caprichosa señorita de cinco años sin complejo de un invisible Edipo.
Severine había elegido esa situación y tenía que afrontar los hechos. No fue una decisión gratuita. Tuvo que escoger entre el amor pobre y el placer del confort, y ella que era muy cerebral optó, sin ahorrar lágrimas, por la seguridad. Papá y mamá la ayudaron a dar el paso y ahora estaban orgullosos de sus consejos: efectivamente, su bella hija merecía algo más que un músico iluso.

Melanie hubo de comerse el donuts dentro del coche porque como siempre, y ese miércoles no podía ser la excepción, a la niña le salió la vena contestataria y se retrasó más de lo debido. Diez minutos más y perdería de vista al diablillo durante el resto de la mañana; siete horas para recoger a Miguelito que desglosaría con detalle todos sus éxitos en la jornada escolar.
Jacobo había llamado, desde Perú, para decir que estaría de vuelta en una semana y que en esta ocasión, afortunadamente, podrían disfrutar de su compañía, al menos tres días. Severine redondeó con un rotulador rojo el día y escribió la hora: 5 de la tarde.

La elegancia, delicadeza y frialdad de la madre de los dos alumnos del Liceo Francés era admirada y envidiada a la par por los progenitores del resto de sus compañeros. También eran motivo de comentario su palidez diamantina y su infinita discreción. Sin duda el ejecutivo, al rentable servicio de una causa justa, era un ser afortunado y había encontrado una mujer ejemplar.

Tras dejar a buen recaudo a sus retoños tomó el Metro para visitar a sus padres, en el extrarradio y a las diez ya estaba de vuelta. En la estación de Las Maravillas, cuando caminaba hacia el aparcamiento, un músico de Jazz, con las manos embutidas en mitones, atrajo su atención y tras escuchar con detenimiento tras una columna, un conocido tema que la hizo llorar, escribió algo en un billete de diez euros y lo depositó en la funda del saxo.
Conmovida, recogió el Lexus y rodó hacia su casa no sin antes detenerse para comprar en una tienda Delicatessen cerca del complejo residencial; el servicio tenía el día libre. Atravesando el bosquecillo aceleró como si de pronto hubiera recordado algo y no cerró las cancelas del frondoso jardín.

Al entrar en la finca encerró los dóberman, desconectó la alarma y tras dejar el coche; desde el garaje, seleccionó en el hilo musical un álbum de John Coltrane para que deshelara todos los yertos rincones de aquel gélido palacete. Abrió la puerta de la vivienda y colocó algo bajo el felpudo, cerró y una sonrisa malévola iluminó su cara transparente mientras se quitaba el sombrerillo que mantenía enjaulados sus rubios cabellos ensartados en dos largas agujas coronadas por mariposas. Una a una fue desparramando por escaleras y pasillos todas las prendas que la vestían. Al llegar a su dormitorio, adornada sólo con un negro liguero; tras sacar algo de una mesilla, colocó una venda roja sobre sus ojos y se tumbó en la blanquísima cama alzando sus brazos y esposándolos en el cabecero.
Después el tiempo se convirtió en espera y el saxo tenor de Trane marcó los segundos y empujó la sangre hacia los rápidos del deseo.

Tres temas después Severine oyó, en un tiempo muerto, que alguien hollaba las tablas del portal y pudo imaginar que unos dedos, cubiertos a medias, recogían ávidos dos llaves debajo de la alfombra. Luego el sonido, cuando Coltrane respiraba, se convirtió en roce y en pasos que la mujer interpretó como ropa que resbalaba paulatinamente del cuerpo de quien pronto estaría frente a la puerta sopesando qué hacer con la llave más pequeña. Si todo salía como había calculado, en ese momento estaría sonando:

My one and only love.
Jaht

A Belle de Jour que en mi vida fue antes mujer que flor. Perdón, Buñuel, por permitirme esta humilde versión.

jueves, 3 de septiembre de 2009

¡Pilar, hija!


No pasaban demasiadas cosas en aquel pueblo de montaña y menos a estas alturas del año en que era más la gente que salía: vendimiadores, turistas, estudiantes..., que la que entraba. La teoría de Heliodoro respecto a este hecho, el de la falta de acontecimientos, era que la culpa la tenía la televisión: "Desde que todo pasa ahí dentro aquí fuera nada es importante, demasiada competencia"-sentenciaba en voz alta y amenazando con el dedo al aparato de la terraza del kiosco-.

El verano había sido muy largo y aún coleaban temperaturas demasiado altas para esas fechas. En la dehesa los árboles levantaban implorantes sus brazos secos y amarillos pidiendo al cielo húmeda clemencia y las vacas regresaban del pantano, moviendo la cabeza y rumiando improperios por el paseo baldío.

Los oradores de la plaza se veían obligados a repetir sus historias, con la inmediata estampida de parte del auditorio y la cara de resignación de aquellos que no tenían fuerzas para salir corriendo, o les faltaba imaginación para urdir una excusa que justificara la huida.
Comenzaba a ser preocupante no sólo la falta de lluvia, también la escasez de sucesos. Hablar de lo del periódico era un sucedáneo que sólo consolaba a los parlanchines débiles. ¡Qué era eso al lado de verdaderas crónicas autóctonas, historias con enjundia: separaciones, cuernos, accidentes, peleas...! La vida se deshidrataba en Luciañez y los cerca de cinco mil habitantes no daban ni para un escandalillo; ya sólo crecía la mala hierba del aburrimiento.
Así las cosas, la llegada de aquella mujer en el último autobús de la capital sirvió de revulsivo y prendió de inmediato una llamita de esperanza.

Cayó en el pueblo a las ocho de la tarde. Viajaba sola y era una hembra, según Santiago, de ganadería selecta a juzgar por su vestimenta, perfume y apostura. Nadie la conocía y tampoco la sacaron ningún parecido con los aborígenes. Tras retirar una maleta con ruedas, se dirigió atravesando la calle al bar del parque, pero antes paró a refrescarse en la fuentecilla, a la que restaba poco para quedarse sólo con sus tres primeras letras. Ante la mirada expectante del grupo de paisanos que palillo en boca mastica sus primeras conclusiones; acarició su frente, cogote y cuello con el pañuelo empapado y después con parsimonia y delicadeza frotó también sus antebrazos. Se sentó en la terraza, pidió café y agua fría; y fumó tranquilamente perdiendo la vista en las últimas pinceladas de luz rojiza que se precipitaban tras el cerro más lejano y escuchando, no sabemos si entendiendo, los murmullos que su presencia despertaba. Luego respiró profundo, pagó, agradeció al camarero con una sonrisa sus atenciones y se dirigió despacito a la parte alta del pueblo escribiendo con sus piernas, su falda y sus tacones una página nueva en el diario de sus moradores y en las calles empedradas del casco viejo.
A las doce de la noche, antes de retirarse, un poco más tarde que otros días, el "servicio de información" sólo había averiguado que montó en un apeadero del cruce de Lechosilla (equidistante entre Luciañez y Madrid), que había pagado con un billete de cincuenta euros y que se albergaba en la Casa Rural Tía Felisa. Pocas pistas pero suficientes para abrir el expediente.

Al amanecer, la misteriosa mujer, hembra o dama, ya corre por la desierta carreterilla de cinco kilómetros que nos lleva a la pedanía de Cerro Morisco embutida en un chándal rosa, con un pañuelo del mismo color que recoge su oscura melena y repartiendo simpáticos buenos días a los madrugadores ciudadanos que la miran entre atónitos y divertidos. Al poco de volver y tras una ducha reconfortante, un desayuno reparador y un primer reconocimiento del lugar, se empieza a hablar en las tiendas de la llegada de una tal Pilar, "...que dicen que es una señora muy guapa y muy agradable, pero que no sabemos a qué se dedica, ni a lo que ha venido.... a lo mejor es maestra".

Las horas de cañas sirven para humanizar a Pilar y para ahuyentar complejos pueblerinos; de fácil trato, se mezcla y hace comentarios incluso de tipo meteorológico o futbolístico: "...este Barça enamora". Está muy interesada en todo lo concerniente a Luciañez y comarca y hace cientos de preguntas halagando a los interpelados con la atención que pone en sus respuestas. Ahora, más de cerca se puede apreciar que efectivamente está muy bien acabada, en todos los sentidos: esbelta pero redonda, fuerte y delicada, seria y risueña, culta y sencilla; en fin, una bella con alma.

Una semana después todos conocían a Pili y ella retenía ya no menos de cien nombres. Sus relaciones no tenían límite: desde el cura y el sargento a los parroquianos del centro de desintoxicación, alternaba con los conservadores y con los rojos, hablaba con las mujeres en las tiendas y con los hombres viendo corridas de toros....Y escuchaba, sabía escuchar, algunos la contaron secretos que habían decidido llevarse a la tumba. Para unos era la novia que siempre quisieron tener, para otros una hija, la mejor de las amigas para los solitarios, los más jóvenes la veían como una madre marchosa y los rijosos (y rijosas que también las había) como un lujo para la cama.
Pero Pilar era hábil y resbaladiza y aunque siempre estaba cerca nunca llegó a mancharse con ninguna de las historias que la llevaron involuntariamente más allá de la confidencia para convertirla en cómplice. También esquivó varias celadas afectivas que la tendieron, la más complicada sin duda la del Policía Municipal que la asaltó en pleno jogging amenazando con cortarse las venas si no leía los poemas de amor que había escrito para ella; aquella mañana batió el récord de su recorrido habitual.

Los primeros vientos frescos trajeron las primeras nubes negras que fueron recibidas con alborozo pues se intuía que vendrían preñadas de agua y la mayoría de los vecinos, sin importar edad, se apresuraron en poner a buen recaudo la despensa del invierno: los cogollos de marihuana que reventaban de lujuria y aroma. Nuestra amiga ayudó alegremente en la cosecha y cató algunas excelentes muestras.
Aquellos primeros soplos otoñales se llevaron también a Pilar, tan misteriosamente como había llegado, sin previo aviso, sin un número de teléfono y sin saber dónde se podría preguntar por ella. El hueco que dejó en el banco de la plaza, en la barra de los bares, en la peluquería, en los invernaderos.... parecía más bien un socavón, ¡tan grande era su ausencia!.
Los luciañegos nunca olvidarían a aquella mujer especial y fantástica.

¡Y tanto!..La reconocieron inmediatamente bajo un uniforme, desde el que impartía ordenes, el día que la brigada de estupefacientes tomó el pueblo, el día que abrieron los telediarios con una montañita verde que iba creciendo a medida que los guardias civiles vertían cajas de cartón, el día en que trescientos vecinos viajaron en furgones para ver a un juez; los oradores de la plaza se frotaban las manos viendo pasar el cortejo.
Jaht

martes, 25 de agosto de 2009

Viene la Noche. Extremadura 1950.



E
n la segunda semana de Octubre (sábado 14) de 1950 el sol de las brujas alumbra el lento atardecer de un pueblo extremeño más próximo al medievo que al siglo XX.


Todos satisfechos. La jornada ha concluido y se respira alivio ante la proximidad del descanso. Félix, que ha descargado ya en la habitación-bodega, la única con cortina de lona, un saquillo de patatas y una cesta con mazorcas, desviste a Morito de los atalajes; el dócil animal sonríe también, sabedor de que estos prolegómenos son la antesala del pienso, el rebuzno salvaje y la confortable calidez de la cuadra junto a la nueva burrilla toledana.

Josefa, vacía la palangana con la que ha aseado y despiojado a los niños que ya visten la camisola de dormir. Ha lavado la ropa en el baño de cinc y ésta se seca ya frente a la lumbre. Mañana es Domingo y tienen que ir a misa bien lustrosos; aunque va a ser difícil arrastrar a este hombre - maquina la dueña de la casa- siempre tiene una excusa para faltar, y más después de lo de Don Celedonio y el santoral.

Aún quedan cosas por hacer antes de que Félix y Josefa caigan rendidos, o no, ¡vaya usted a saber!, en el jergón de paja: hay que despachar al ganado, ordeñar a Martina (la cabra) cuando vuelva el hatajo comunal, quitarse un poco la mugre, sin desperdiciar demasiado el agua porque la calderilla tintinea ya en el fondo del pozo y la “toñá” este año viene seca.....
Piensa Félix que el afeitado habrá que dejarlo para la próxima semana; si se hubiera desenredado antes se hubiera acercado a la barbería de Honorio, pero se le ha hecho tarde y es una pena, más que nada por su mujer que gusta de acariciarle la cara como cuando novios y porque tendrá que prescindir de los besos de la niña, que huye de su negros cañones como de un erizo. Mientras la mujer prepara algo para cenar se acercará a la taberna de Santiago “El Rano” a trasegar un cuartillo y ver si le puede cambiar por cebollas un poco de aguardiente, que las mañanas empiezan a ser frías.

Entrada la noche vuelve a casa guiándose por el olor de los torreznos y los últimos pimientos fritos de la temporada. Le esperan ya, cuchara y uvas en las manos, alrededor de la cazuela de sopas de tomate. Da la orden de partida: ¡buen provecho!
Estaba por allí el americano -comenta- ese que llaman Don Eugenio, el que nos sacó antes unas fotos; nos ha invitado al vino a todos los de la tasca. ¡Que hombre más raro!. No se le entiende nada, pero él no para de reírse.

Mientras La Pepa friega, juega con Nino a hacer sombras en la pared a la luz del candil y hace cosquillas a su “perdigoncina”, a la que hubieron de llamar Palmira porque según el cura era el nombre que la correspondía. Les cuenta otra vez lo de las nieves y los lobos que bajaron al pueblo echando espumarajos por la boca y los niños se van a acostar temblando y se refugian, juntitos, en las "cuatro esquinitas tiene mi cama..." y en "Jesusito de mi vida..." para espantar el miedo.

Félix Felipe Carza se sienta en la banqueta, lía un grueso cigarro de la abultada petaca, estira las piernas, carraspea, escupe al fuego y queda hipnotizado viendo danzar las llamas. Mañana -rumía para sí- madrugo y me voy a cortar las calabazas, a mí no me pilla ese tío en la iglesia.

Y el silencio cae sobre las casas que huelen a leña, y la vida se para.... Porque el mundo es muy pequeñito: limita con el río y la montaña; y allá, muy cerca, el cielo se abrocha con la tierra.
Lo que interesa es no perder el compás de las estaciones, del sol y la luna; aprender de los viejos que enseñan en los poyos de la plaza; de los pájaros, únicos viajeros fiables y de las plantas que nos hablan de alimentos y medicinas.
¿A quién puede importarle, en este pueblo y a estas horas, que haya comenzado la guerra de Corea, que Giuseppe Farina haya ganado el primer campeonato de fórmula 1 de la historia, que Richard Lawler haya realizado el primer trasplante renal o que Billy Wilder haya estrenado "El Crepúsculo de los Dioses" y Luis Buñuel, en el exilio mexicano, "Los Olvidados"?. Ni siquiera saben que existe el cine....
¿A quién puede importarle?.

A mis abuelos, que también fueron sabios y analfabetos.
Jaht

lunes, 17 de agosto de 2009

Locos del Pelo Verde


Hay árboles, cerca de la cima, que al llegar la noche abandonan su posición vertical y descansan sus nudosas articulaciones sobre la hierba del monte. Yo he podido verlos, pero ya sabía que nadie iba a creerme cuando lo contara.
Sumergen sus largas raíces blancas, manchadas de tierra, en la corriente fresca del riachuelo y suspiran de alivio como hace usted cuando se quita los zapatos. Los otros, los que no se atreven a tomarse estas licencias, les critican y les envidian; los más lenguaraces incluso les han puesto el apodo de rastreros.
No les importa, se lo aseguro; con sus miles de orejas pegadas al suelo, “los rastreros”, oyen amplificado el ajetreo de la vida subterránea y de todos los seres que salen a caminar a la luz de la luna. Distinguen el claqué nervioso de las hormigas del reptar, entre compases de acordeón, de las orugas; los violines del grillo se juntan con el tam-tam de la barriga de las ranas saltarinas y los ronquidos del Diañu Burlón estimulan el terrible apetito sexual de la mantis religiosa. Hasta las pisadas, con sordina, del único e invisible lince son para ellos un redoblar de tambores.
Es muy diferente lo que te trae el viento de lo que cuenta el telégrafo terrestre, yo también lo sé; por eso no pueden evitar tumbarse en cuanto el sol se oculta y en cuanto los vigías de las ramas más altas, que suelen ser rabilargos, dan el aviso de que no hay humanos.
Horas después, las alondras del valle tocan diana y los robles, castaños, almeces y madroños rebeldes vuelven a clavarse perezosamente; a veces han de soportar la incomodidad de un topillo que se ha colado en las vainas radicales, igual que usted aguanta en ocasiones una china en el calzado.
Entre murmullos de hojarasca descubrimos con las primeras luces que un tilo y un quejigo no se han levantado, suele ocurrir, algunos se niegan a incorporarse, llevan hasta el extremo su rebelión y dinamitan otra máxima, la que dice que los árboles mueren de pie. No me diga que no, usted también los ha visto con las raíces al sol…… pero ha pensado otra cosa.

No pregunte por qué no me consideran un hombre, no lo sé, después de todo usted tampoco tiene claro que lo sea. Al menos uno normal; si no: ¿a qué vienen tantas preguntas, tantos apuntes y tantos asentimientos?. No me cree ¿verdad?.... le aseguro que en esta ocasión está equivocado, doctor.
Jaht
A los otros locos verdes. A los ecologistas.

IMÁGENES QUE HABITAN EL BLOG