martes, 25 de agosto de 2009

Viene la Noche. Extremadura 1950.



E
n la segunda semana de Octubre (sábado 14) de 1950 el sol de las brujas alumbra el lento atardecer de un pueblo extremeño más próximo al medievo que al siglo XX.


Todos satisfechos. La jornada ha concluido y se respira alivio ante la proximidad del descanso. Félix, que ha descargado ya en la habitación-bodega, la única con cortina de lona, un saquillo de patatas y una cesta con mazorcas, desviste a Morito de los atalajes; el dócil animal sonríe también, sabedor de que estos prolegómenos son la antesala del pienso, el rebuzno salvaje y la confortable calidez de la cuadra junto a la nueva burrilla toledana.

Josefa, vacía la palangana con la que ha aseado y despiojado a los niños que ya visten la camisola de dormir. Ha lavado la ropa en el baño de cinc y ésta se seca ya frente a la lumbre. Mañana es Domingo y tienen que ir a misa bien lustrosos; aunque va a ser difícil arrastrar a este hombre - maquina la dueña de la casa- siempre tiene una excusa para faltar, y más después de lo de Don Celedonio y el santoral.

Aún quedan cosas por hacer antes de que Félix y Josefa caigan rendidos, o no, ¡vaya usted a saber!, en el jergón de paja: hay que despachar al ganado, ordeñar a Martina (la cabra) cuando vuelva el hatajo comunal, quitarse un poco la mugre, sin desperdiciar demasiado el agua porque la calderilla tintinea ya en el fondo del pozo y la “toñá” este año viene seca.....
Piensa Félix que el afeitado habrá que dejarlo para la próxima semana; si se hubiera desenredado antes se hubiera acercado a la barbería de Honorio, pero se le ha hecho tarde y es una pena, más que nada por su mujer que gusta de acariciarle la cara como cuando novios y porque tendrá que prescindir de los besos de la niña, que huye de su negros cañones como de un erizo. Mientras la mujer prepara algo para cenar se acercará a la taberna de Santiago “El Rano” a trasegar un cuartillo y ver si le puede cambiar por cebollas un poco de aguardiente, que las mañanas empiezan a ser frías.

Entrada la noche vuelve a casa guiándose por el olor de los torreznos y los últimos pimientos fritos de la temporada. Le esperan ya, cuchara y uvas en las manos, alrededor de la cazuela de sopas de tomate. Da la orden de partida: ¡buen provecho!
Estaba por allí el americano -comenta- ese que llaman Don Eugenio, el que nos sacó antes unas fotos; nos ha invitado al vino a todos los de la tasca. ¡Que hombre más raro!. No se le entiende nada, pero él no para de reírse.

Mientras La Pepa friega, juega con Nino a hacer sombras en la pared a la luz del candil y hace cosquillas a su “perdigoncina”, a la que hubieron de llamar Palmira porque según el cura era el nombre que la correspondía. Les cuenta otra vez lo de las nieves y los lobos que bajaron al pueblo echando espumarajos por la boca y los niños se van a acostar temblando y se refugian, juntitos, en las "cuatro esquinitas tiene mi cama..." y en "Jesusito de mi vida..." para espantar el miedo.

Félix Felipe Carza se sienta en la banqueta, lía un grueso cigarro de la abultada petaca, estira las piernas, carraspea, escupe al fuego y queda hipnotizado viendo danzar las llamas. Mañana -rumía para sí- madrugo y me voy a cortar las calabazas, a mí no me pilla ese tío en la iglesia.

Y el silencio cae sobre las casas que huelen a leña, y la vida se para.... Porque el mundo es muy pequeñito: limita con el río y la montaña; y allá, muy cerca, el cielo se abrocha con la tierra.
Lo que interesa es no perder el compás de las estaciones, del sol y la luna; aprender de los viejos que enseñan en los poyos de la plaza; de los pájaros, únicos viajeros fiables y de las plantas que nos hablan de alimentos y medicinas.
¿A quién puede importarle, en este pueblo y a estas horas, que haya comenzado la guerra de Corea, que Giuseppe Farina haya ganado el primer campeonato de fórmula 1 de la historia, que Richard Lawler haya realizado el primer trasplante renal o que Billy Wilder haya estrenado "El Crepúsculo de los Dioses" y Luis Buñuel, en el exilio mexicano, "Los Olvidados"?. Ni siquiera saben que existe el cine....
¿A quién puede importarle?.

A mis abuelos, que también fueron sabios y analfabetos.
Jaht

lunes, 17 de agosto de 2009

Locos del Pelo Verde


Hay árboles, cerca de la cima, que al llegar la noche abandonan su posición vertical y descansan sus nudosas articulaciones sobre la hierba del monte. Yo he podido verlos, pero ya sabía que nadie iba a creerme cuando lo contara.
Sumergen sus largas raíces blancas, manchadas de tierra, en la corriente fresca del riachuelo y suspiran de alivio como hace usted cuando se quita los zapatos. Los otros, los que no se atreven a tomarse estas licencias, les critican y les envidian; los más lenguaraces incluso les han puesto el apodo de rastreros.
No les importa, se lo aseguro; con sus miles de orejas pegadas al suelo, “los rastreros”, oyen amplificado el ajetreo de la vida subterránea y de todos los seres que salen a caminar a la luz de la luna. Distinguen el claqué nervioso de las hormigas del reptar, entre compases de acordeón, de las orugas; los violines del grillo se juntan con el tam-tam de la barriga de las ranas saltarinas y los ronquidos del Diañu Burlón estimulan el terrible apetito sexual de la mantis religiosa. Hasta las pisadas, con sordina, del único e invisible lince son para ellos un redoblar de tambores.
Es muy diferente lo que te trae el viento de lo que cuenta el telégrafo terrestre, yo también lo sé; por eso no pueden evitar tumbarse en cuanto el sol se oculta y en cuanto los vigías de las ramas más altas, que suelen ser rabilargos, dan el aviso de que no hay humanos.
Horas después, las alondras del valle tocan diana y los robles, castaños, almeces y madroños rebeldes vuelven a clavarse perezosamente; a veces han de soportar la incomodidad de un topillo que se ha colado en las vainas radicales, igual que usted aguanta en ocasiones una china en el calzado.
Entre murmullos de hojarasca descubrimos con las primeras luces que un tilo y un quejigo no se han levantado, suele ocurrir, algunos se niegan a incorporarse, llevan hasta el extremo su rebelión y dinamitan otra máxima, la que dice que los árboles mueren de pie. No me diga que no, usted también los ha visto con las raíces al sol…… pero ha pensado otra cosa.

No pregunte por qué no me consideran un hombre, no lo sé, después de todo usted tampoco tiene claro que lo sea. Al menos uno normal; si no: ¿a qué vienen tantas preguntas, tantos apuntes y tantos asentimientos?. No me cree ¿verdad?.... le aseguro que en esta ocasión está equivocado, doctor.
Jaht
A los otros locos verdes. A los ecologistas.

domingo, 9 de agosto de 2009

Agosto

Rebota el sol en las hierbas secas y viene, en invisible lengua de fuego, a lamer el rostro recién lavado, ya sudoroso, dejando llamaradas de luz y un aroma tostado que envuelve la mañana.
Es Agosto.


En los pueblos de España, como si el tiempo se hubiera quedado enganchado por culpa de un grano de arena demasiado grueso, el toro, ayer uro, sigue siendo la víctima y el rey asaeteado (por monárquicos) de las fiestas; como antaño lo fueron aquellos cristianos que se zamparon los leones.
Pañuelo rojo al cuello, bota de vino, camiseta de la Peña Los Borrachuzos, gorra de Piensos Biona y rejones. Cuernos rotos, patas quebradas, miradas de brava humillación, berridos de dolor y muerte. Los dos protagonistas corren por diferentes razones: unos, que miden su modernidad por número de móviles, canales televisivos, piercings y tatuajes, huyen de sus propias y estúpidas circunstancias viendo en el bello animal todos sus problemas, frustraciones y también soluciones; embriagándose con el olor de la sangre caliente y creyendo, como sus abuelos, que los testículos de la fiera moribunda les transmitirán las fuerzas que ellos no tienen para decir ¡no! y para decir ¡basta!. El otro, el noble, brama por calles de asfalto o plazas de piedra, buscando el campo al que sólo volverá en espíritu cuando la tortura haya finalizado.
Es Agosto.

Y aquí andamos, un año más, luciendo palmito por nuestras piscinas y agonizantes gargantas, iniciando la ceremonia del pavoneo, los machos y hembras dominantes, los que desprendemos, como caspa, feromonas en cada movimiento. Nada es nuevo, todo se repite y en la misma cantidad, la lujuria es un pozo artesano de calientes liquidos lechosos y vasos comunicantes: a menos tela más excitación, a más ocultamiento mayor misterio. El objetivo primordial siempre será el mismo, saciar la necesidad. Huele a piel y deseo.
Es Agosto.


En los campos de La Vera extremeña, entre surcos de tabaco o pimiento exprimen las horas tórridas los morenos jornaleros de hoy, algunos bajo el látigo de jornaleros de ayer. Sin piedad, sin solidaridad, todos pensando en lo mucho que damos y en lo poco que recibimos.
Al fondo de la senda un botijo espera para inyectar con urgencia en los ríos del sudor aguas frías que no llegan a salarse por su breve estancia bajo la epidermis.
Es Agosto.


Y mientras unos trabajan, la mayoría descansan. Aunque hablar de descanso en un pais de dos millones y medio de funcionarios y cuatro millones de parados suene a burla y casi a provocación. Aún así, el que está de vacaciones y sentado exige al que camina o está de pie, por el precio de un café, caña o vino, cosas muy españolas: complicidad en la desaparición de pruebas (traslado de dodotis a la basura), participación democrática en la alimentación de los retoños patrios (calentar potitos), información fidedigna (periódicos afines), colaboración en el desatasque de muelas y limpieza de piños (provisión de palillos), sesión gratuita de psicoterapia (escuchar sonriente, otra vez, el chiste del francés, el inglés, el español y...), breve manutención (regalo obligatorio de pinchos y aperitivos), váteres relucientes (para darse el gustazo de ensuciarlos), optimizar la inversión (llevarse un tenedor o un cenicero), ..... Para acabar pidiendo el Libro de Reclamaciones porque le ha parecido excesivo que le cobren 1,20 €.
Es Agosto.

Por suerte, algunas veces, cuando el calor comienza a ser insoportable y amenaza con derretirnos, nos montamos en una voluta de humo fresco del recuerdo y volvemos a nuestra infancia: a la sombra de la higuera, al arroyo con libélulas, a las siestas y a las primas, a la gaseosa en el fondo de la bodega, al gazpacho de la abuela, sin hielo, y con una punta de albahaca, a las callejuelas de rollos y de hierbas, a los peces que limpiaban nuestro cuerpo de células muertas mientras flotábamos en el Charco La Presa......a aquellos días en que estábamos todos.
Entonces un trueno nos devuelve la realidad y nos damos cuenta de que el sol se ha ido, que el viento sopla y que las nubes se han hecho dueñas de la tarde. Minutos después descarga la tormenta y volvemos a ser niños que miran por el cristal.
Es Agosto.
Jaht
Para Rocío que desde hace 22 años es la casa, el roble y la fuente de mis agostos.

domingo, 2 de agosto de 2009

Terrazas


Once y treinta de la noche en la terraza de Freddo, en la única compañía de mis muchas cervezas, espero algo que ha de suceder por vez primera. Entretanto veo y escucho.
Miro a la gente moverse por pura inercia y oigo todas las pequeñeces que se dicen cuando hay miedo al silencio; éste nos enfrenta a la verdad y a casi todos nos interesa poner tierra de por medio.

Hace tres meses era una niña la mujer que acaba de pasar por mi lado. Entonces era ella quien miraba, hoy ha decidido que los demás deben mirarla.

Un grupo de quinceañeros juegan a ser mayores: alzan las voces, escupen y fuman arrellanados los ocho alrededor de una mesa y de cuatro Sandys; ¡quieren huir de la inocencia!.

El chico gordo, complaciente y que nunca se come una rosca manosea una botellita de agua, mira el reloj y pierde sus ojos en el final de la calle ante el disgusto del mozo de terraza que sufre en silencio el desaprovecha-
miento del velador.


Dos matrimonios que no son ni jóvenes ni viejos, ni todo lo contrario, hablan de lo infelices que son los demás, buena fórmula para olvidar su estúpida realidad.

La chica del cuarto de hora vuelve a mariposear ante mis ojos. La veré otras cuatro veces antes de irme a casa.

Me he convertido en invisible cuando eran aproximada-
mente las 24 horas. Científicamente no voy a poder demostrarlo pero lo cierto es que seis personas, de distintas edades y que en su día me apreciaron, han pasado delante de mí ignorando mi presencia. No les habrá gustado mi sonrisa de falsa condescendencia.


Una pareja juega a enamorarse y entre pensamientos profundos, tanto, que se pierden en la más silenciosa y densa oscuridad, se obsequian con apretones de manos; alumbrados por tiernas miradas y furtivos besos. Los envidio, pero me gusta más cómo se cortejan las palomas, son más naturales.

Dos centauros toman sus cervezas y hablan de cilindros, precios y velocidad punta. Tras la consumición se acoplan en su montura y cabalgan hacia el próximo garito en el que hablarán muy solemnemente de velocidad punta, precios y cilindros.

Tres señoras de edad, es decir, tres viejas, pasean, murmuran y lanzan miradas reprobatorias sobre quienes ocupan las mesas. Si lleváramos a cabo la mitad de las cosas que imaginan, esta noche batiríamos todos los récords pecaminosos, imbatidos desde aquello de Sodoma y Gomorra. ¡No nos caerá esa breva, doña Urraca!.

El chico gordo, complaciente y perseverante ha conseguido cambiar su soledad por unos refrescos de su pecunio, donde se ahogan con cara de hastío unas primas pijas de Madrid. El camarero ha relajado un poco su semblante.

Más allá, en la mesa 7, se apagan los últimos rescoldos del gran romance del pasado verano, aquel que dió tanto de qué hablar, aquella pareja simpática, ideal y perfecta.... Celebran su aniversario y su despedida noqueados por la zarpa violenta del desamor.

Dos de la madrugada, en la terraza de Freddo, un día más pierdo la esperanza; lo que haya de suceder no será hoy. Llego a la conclusión de que el mundo podrá seguir funcionando sin mi presencia activa.
-¡Cóbrame Jose!, son diecisiete.
¡A la cama!, que ya es hora de intentarlo al otro lado del espejo, en el mundo de los sueños.

Jaht




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