jueves, 18 de febrero de 2010

Abéstola

 
La misma noche que salgo para siempre de tu vida, entre expulsado y liberado, la encuentro evanescente y desvalida en plena calle, cerca de un esputo, sobre media cuartilla de apretada cuadrícula. Afectada por la húmeda neblina se distingue: borrosa, con andrajos de escritura de lápiz de color rojo, semienterrada bajo una hoja de falso platanero, la palabra abéstola. Hay algo atractivo, tal vez la fluorescencia de su pintura o lo desconocido del nombre, que me hace guardar el papel a pesar del serio noqueamiento que me obliga a patear la ciudad sin rumbo.
Sé que tú no estás mejor y te estás reprochando también el tiempo perdido y lo que ya no podrá ser; porque en quince años hemos visto juntos pasar demasiados trenes y sólo hemos tomado este último, el del adiós, el que nos deja en un apeadero que se llama realidad, frío para nosotros que hemos vivido casi siempre en las amorosas playas del sur.

Va a ser difícil volver a los sitios que alguna vez compartimos y mirar solo con dos ojos, y utilizar nuevas frases, y pronunciar otros nombres; sobre todo porque tú no podrás ayudarme en esta nueva empresa;  y yo tampoco podré endulzar tu dolorosa letanía de los primeros días:.."lo hemos dejado, Andrés y yo ya no estamos juntos".
¿Sabes?, me alegro de haberme decidido a salir corriendo porque así ni una brizna de odio me ha quedado prendida.Y también es importante, Elisa, meter en las alforjas, algo del sol de los buenos días, porque las jornadas de camino quién sabe qué nos depararán.
Te escribo en el cuadernillo que me regalaste aquel 14 de Abril, el que tiene las pastas de caucho, el de apuntes de historias posibles;  y mañana por la mañana buscaré un estanco y te mandaré la carta. La última llegó a casa de tus padres el día antes de que te escaparas conmigo. ¡Claro que ha llovido!.

Estoy en el Lobo Estepario, pero no sentado en el número que tú crees. El velador solitario y Fredo me observan, y casualmente suena Blue Seven de Sonny Rollins.Te juro que no he pedido el tema.
Y he aquí que llevo un rato con la vista perdida en este vocablo que ahora, con la tenue luz del local, parece escrito con sangre, o sea, entre marrón y negro. ¿Qué será abéstola?, y mi imaginación se pone en marcha: arbusto de hoja perenne y de alta montaña / algún ornamento sagrado que se colocan los curas antes de la estola / esencia mentolada que desprenden algunas aromáticas / herramienta, en forma de vara, que utilizan labradores y ganaderos para diferentes labores / viento marino que azota las lenguas de tierra que se adentran en el mar / equipaje de mano que se podía llevar en una diligencia / canción típica de los bolivianos del departamento de Cochabamba / catalejo especial para mirar estrellas cercanas......sea lo que sea, la pondré a vivir dentro de un cuento, no puedo dejarla tirada, hoy no aguanto más soledades.
Elisa, juega conmigo, será como el último bolero de Carlos Galván y Juanita Plaza en "El viaje a ninguna parte" y si aciertas el verdadero significado (he hecho trampas y está entre los imaginados) tu sonrisa soplará sobre la nube amarga y lloverá miel sobre nuestros recuerdos.
Me voy para una pensión que me ha buscado Alfredito, aquí cerca. Voy a dejar de escribir. ¿Sin rencores?.





Jaht

miércoles, 10 de febrero de 2010

Zacarías


Hojeaba el periódico en la barra de aquel bar tranquilo del polígono. La jovencísima mañana arrastraba soñolienta sus pantuflas floreadas y el picoteo del aguacero en los cristales marcaba sobre el cristal el ritmo del tiempo. Dobló el diario y lo alejó de sí con un indefinido comentario que contenía dos palabras: “mentirosos, hijos de puta”. Miró su reloj y un escalofrío de bienestar recorrió su cuerpo al comprobar que aún le quedaba media hora. Pidió a Floro otro café negro, con un chispazo de aguardiente “para apagar el rescoldo” y más agua, “para enjuagar la boca”. Aspiró el aroma del farias, que  sacó de una petaca con el relieve coloreado de una cordobesa que le guiñaba el ojo, y se dispuso a encenderlo con parsimonia, continuando con el ritual: viaje a la oreja (“diagnóstico por crujido”), centrada perforación de un trozo de palillo (“media estocada”), “traje de saliva” y vendaje cuidadoso de la embocadura (“mortaja de papel”), humectar  en la taza (“inmersión”)….. Con un presunto Dupont de plata, de llama regulable, el hombre procedió a calentar el puro, con el mismo esmero que un auxiliar de enfermería hubiera puesto en preparar el material quirúrgico. Una vez en sus labios chupó hasta tres veces mientras sus bigotes, cejas y pestañas parecían querer escalar hacia su inmensa frente despejada, dando la impresión de que efectivamente aquello era una sensacional experiencia religiosa o un maravilloso y profano orgasmo.

El camarero, abrillantando vasos al fondo del despejado local, sonreía; y no pudo por menos que acordarse de aquel sacerdote (Cassen) que atraía a enfervorizadas multitudes de todo el planeta por su maestría y arte al ejecutar la liturgia en Amanece que no es poco. Nuestro amigo, pensó para sí, era merecedor de mejor suerte: guías turísticas, fotógrafos japoneses, cazadores de talentos….

Zacarías observó de reojo, en un giro del taburete, la mueca burlesca del muchacho y se dijo: “Pobre ignorante, si supiera con quién se juega las habichuelas, si supiera que este curre de ahora es sólo una tapadera. Infeliz, hace tiempo que decidí dejar de ser como tú, un don nadie, para ser un hombre respetable….”. Y abundando en sus reflexiones: “Lo único malo que tiene este oficio mío, es que  lo de ser autónomo está complicado; por eso sigues dependiendo de los mandamases, que pagan bien pero son los únicos con cartera de clientes. Porque lo que yo digo, hay que estar muy bien relacionado para ser empresario de esto; y yo al tío más notable que conozco es a un jefe de estación. Pero lo importante es ser un verdadero profesional: limpio, efectivo, discreto e incluso creo que pragmático, aunque este último adjetivo tengo que repasarlo porque no tengo muy claro su significado”.

Las campanillas de la puerta del establecimiento anunciaron la llegada de una cuadrilla de camineros que entraron desabrochándose los chubasqueros y saludando divertidos a Floro y su parroquiano. Este último los recibió de espaldas y con una nube de hollín, que de ser alguno de los peones de origen indio hubiera descifrado como un exabrupto. Aprovechó el inciso para mostrar su Certina de 1970, mientras el brazo izquierdo y la mano abierta rasgaban lentamente las señales de humo camino de la breva. Al instante volvió a sumirse en sus cavilaciones:
“Otros palurdos, que no valen más que para tapar agujeros y limpiar cunetas, ¡y luego dicen que todos somos iguales!. El que vale, vale, y yo bien que me he organizado, ¡no te jode!. Así hubiera acabado yo si no le hubiera echado cojones al asunto. Porque ahora mismo a mí no me falta de nada: mi buen piso con ascensor, mis buenos copazos, mi diente de oro, mi Visa del mismo color…. y de mujeres, ¡ni te cuento!: polacas, rusas, caribeñas, de todos los colores…¡un lujo!. Que he tenido suerte, ¡bien!, lo reconozco; que debería estar muerto, es posible. Pero lo cierto es que soy el único sicario que ha llegado a los cincuenta años y a los cincuenta trabajos (algunos pueblos tienen cementerios más pequeños) ”… ¡Por algo será!, ¡por algo será!, ¡por algo será!...Esta última letanía la entonaba chulescamente, en voz alta, mientras bocadillo en ristre se dirigía a la calle donde le esperaba el camión del Servicio Municipal de Limpieza a cuyo estribo se encaramó.
Jaht

A todos los personajes que son fuente de inspiración y que nunca demandan derechos de autor.

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