jueves, 22 de abril de 2010

Jaralandia


En un mundo muy lejano, que está ahí mismo, viven algunos hombres sin cabeza y hermosas mujeres de franjas bicolor ( medio senegalesas, medio islandesas), yerbas e inflorescencias parlanchinas, y cuadrúpedos que fuman dedos secos manchados de nicotina mientras leen las noticias que las inquietas hormigas, letras con patitas, escriben sobre un tapiz de pétalos de margarita, mientras captan emisiones con sus antenas. Lo curioso de ese remoto universo, que muy pocos conocen, es que puedes acceder inmediatamente a él si sales volando por la puerta o andando por la ventana; si quieres viajes interestelares has de utilizar la lanzadera de la chimenea.

Ayer estuvimos allí, aprovechando el retorno de las golondrinas, que quisieron agasajarnos por nuestra hospitalidad. En la tarde perfumada, sin horas y sin gravedad, flotamos hasta la pradera de los manantiales y nos tumbamos a la sombra de una pizpireta encina con pamela, masajeados por miles de sedosas lombrices verdes. Bebíamos jugos de arco iris mientras nuestras amigas gorjeaban hermosas piezas para flauta y violín; en los entreactos libaban infusiones frescas de polen para aliviar sus gargantas. No éramos los únicos en disfrutar del concierto y la campiña: cientos de originales homínidos y otros curiosos bípedos (algunos, haciendo el pino, se desplazaban sobre los hirsutos pelos de sus cabezas, otros ventilaban sus corazones sacándolos del pecho y, atados a una fina arteria, dejándolos volar como cometas); vacas transparentes, surcadas por innumerables senderitos de leche de color, en función de las flores del menú; caballos de tres patas renegando, divertidos, de carros e hipódromos; ovejas negras con blancas gafas de sol; niños y cachorros persiguiendo juntos, entre risas, una gigantesca bola de plumón de ese pajaro raro, híbrido de avestruz y Charlie Parker..........

Antes de volver, Cecilia tomó un biberón mitad azul, mitad rojo, fruto de la rumia bovina de violetas y amapolas y a Ismael hubo que rescatarle del nido de un aguila al que había ascendido por el cuello de una jirafa, que dijo llamarse Paula; y que portaba, inserto en los cuernos, un casco de bombero.
Nunca sabes el tiempo que pasas allí, pero no importa, lo difícil es reunir fuerza de voluntad suficiente para emprender el regreso, porque no es fácil dejar un mundo en el que siempre es primavera y lo único que se te pide es que sumes tus fantasías y respetes todas las de los demás.



Para Ismael y Cecilia  quienes un día, sin quererlo, abandonarán Jaralandia.

Jaht

jueves, 15 de abril de 2010

Shaka Masekela

Los niños recibieron la lluvia entre sorprendidos y asustados. Algunos, ni siquiera albergaban recuerdos de este fenómeno meteorológico pero enseguida supieron, de manera instintiva, que aquello era algo bueno: los colores quemados recobraron pronto su esplendor, el aire se hizo más respirable y las vacas daban saltos que parecían formar parte de la danza iniciática que continuaron todos los hombres y mujeres del poblado. Los más pequeños, gateaban desnudos por las calles y unían su alborozo al de padres y hermanos llevándose a la boca una especie de terroso maná que saboreaban mientras batían sus manitas.
Shaka Masekela tenía cinco años y llevaba tantos minutos sin bajar del cielo la mirada que de sus grandes ojos, sin pestañeo, caían mezcladas aguas dulces y saladas, y hacía gárgaras mientras gritaba para no tragar el líquido que había capturado con su boca abierta al borde de la dislocación. Era su primera vez, y hoy aún tiene frescas las risas de su madre mientras con grasa perfumada de antílope frotaba su dolorida mandíbula el día que siguió a la tormenta.
Chris, de 34 años, se había unido a la fiesta y tirado un carrete en aquella aldea próxima a Maseru, la capital del antiguo protectorado de Lesoto, un día cualquiera de 1981. Todos estaban demasiado eufóricos y ocupados como para prestar atención al fotógrafo delgaducho, que llevaba una semana por aquellas crestas, aunque podría pensarse que había venido a visitar las letrinas o los matorrales, a juzgar por la cantidad de viajes que a ambos sitios realizaba.

 Tiempo después, cuando Masekela escapó de sus montañas áridas y sin árboles; cuando dejó atrás el SIDA y dos bultos sobre la tierra, arropados con treinta y tres y treinta y siete piedras, que se correspondían con años vividos; cuando concluyó que el lema de su patria: "Paz, lluvia y prosperidad" nunca se cumpliría, viajó por el mundo en buques fantasmas, realizando trabajos infames, hablando inglés con los mercaderes y zulú con las ratas a las que disputaba el camastro.
En el atraque al puerto de una isla portuguesa, tras dos años de embarque, aprovechando una noche de temporal saltó a tierra y callejeó por los desiertos alrededores. Se movía como un felino, saltando de sombra en sombra; pero el silencio y la extrema soledad le animaron a practicar la libertad de invadir espacios de luz; así llegó al escaparate de una librería y se quedó de piedra al ver un póster con la foto que encabeza este relato. Supuso que algo mágico había en aquella aparición; a la vez, un relámpago convirtió en luz las tinieblas y volvió a verse bajo la lluvia, veinte años atrás, escoltado por Pakalitha, Leabua, y la naricilla y tímida boca de su hermano Berea, muerto aquel mismo año. Cuando consiguió reaccionar, dió un paso atrás, cayó de rodillas y levantó brazos y cara hacia el cielo permitiendo que la borrasca azotara todo su cuerpo. Esta vez las gotas que estallaban contra su rostro traían sal por lo que dedujo que, a veces, las nubes tampoco aguantan el llanto.
Jaht

Gracias a Chris Steele-Perkins por su maravillosa fotografía

Esta historia va para Fanny que eligió el 10 de Abril para nacer
porque siempre se pudo permitir el lujo de competir con las flores.

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