domingo, 2 de agosto de 2009

Terrazas


Once y treinta de la noche en la terraza de Freddo, en la única compañía de mis muchas cervezas, espero algo que ha de suceder por vez primera. Entretanto veo y escucho.
Miro a la gente moverse por pura inercia y oigo todas las pequeñeces que se dicen cuando hay miedo al silencio; éste nos enfrenta a la verdad y a casi todos nos interesa poner tierra de por medio.

Hace tres meses era una niña la mujer que acaba de pasar por mi lado. Entonces era ella quien miraba, hoy ha decidido que los demás deben mirarla.

Un grupo de quinceañeros juegan a ser mayores: alzan las voces, escupen y fuman arrellanados los ocho alrededor de una mesa y de cuatro Sandys; ¡quieren huir de la inocencia!.

El chico gordo, complaciente y que nunca se come una rosca manosea una botellita de agua, mira el reloj y pierde sus ojos en el final de la calle ante el disgusto del mozo de terraza que sufre en silencio el desaprovecha-
miento del velador.


Dos matrimonios que no son ni jóvenes ni viejos, ni todo lo contrario, hablan de lo infelices que son los demás, buena fórmula para olvidar su estúpida realidad.

La chica del cuarto de hora vuelve a mariposear ante mis ojos. La veré otras cuatro veces antes de irme a casa.

Me he convertido en invisible cuando eran aproximada-
mente las 24 horas. Científicamente no voy a poder demostrarlo pero lo cierto es que seis personas, de distintas edades y que en su día me apreciaron, han pasado delante de mí ignorando mi presencia. No les habrá gustado mi sonrisa de falsa condescendencia.


Una pareja juega a enamorarse y entre pensamientos profundos, tanto, que se pierden en la más silenciosa y densa oscuridad, se obsequian con apretones de manos; alumbrados por tiernas miradas y furtivos besos. Los envidio, pero me gusta más cómo se cortejan las palomas, son más naturales.

Dos centauros toman sus cervezas y hablan de cilindros, precios y velocidad punta. Tras la consumición se acoplan en su montura y cabalgan hacia el próximo garito en el que hablarán muy solemnemente de velocidad punta, precios y cilindros.

Tres señoras de edad, es decir, tres viejas, pasean, murmuran y lanzan miradas reprobatorias sobre quienes ocupan las mesas. Si lleváramos a cabo la mitad de las cosas que imaginan, esta noche batiríamos todos los récords pecaminosos, imbatidos desde aquello de Sodoma y Gomorra. ¡No nos caerá esa breva, doña Urraca!.

El chico gordo, complaciente y perseverante ha conseguido cambiar su soledad por unos refrescos de su pecunio, donde se ahogan con cara de hastío unas primas pijas de Madrid. El camarero ha relajado un poco su semblante.

Más allá, en la mesa 7, se apagan los últimos rescoldos del gran romance del pasado verano, aquel que dió tanto de qué hablar, aquella pareja simpática, ideal y perfecta.... Celebran su aniversario y su despedida noqueados por la zarpa violenta del desamor.

Dos de la madrugada, en la terraza de Freddo, un día más pierdo la esperanza; lo que haya de suceder no será hoy. Llego a la conclusión de que el mundo podrá seguir funcionando sin mi presencia activa.
-¡Cóbrame Jose!, son diecisiete.
¡A la cama!, que ya es hora de intentarlo al otro lado del espejo, en el mundo de los sueños.

Jaht




3 comentarios:

Yiyi dijo...

Y de la mesa uno qué??? pos anda que no tiene historias que contar esa mesa!!!
Mu güeno.

JARA dijo...

Entre compras y otros quehaceres que ocupan mi tiempo parte de la mañana; busco un bar donde saborear un café y disfrutar un cigarrillo. Miro a mi alrededor y no veo ninguno. Giro a la izquierda donde sé que hay una plaza. Me sentaré en una terraza.
Me sorprendo al contemplar la desolación del lugar,

ni una terraza,

ni un pequeño bar.

Sigo andando, otra calle.

NADA.

-¿Puede decirme dónde puedo encontrar un bar, por favor?
El señor a quien va dirigida mi pregunta me mira confuso y no sabe qué decir.
Empiezo a angustiarme.

Aaaaaahhh! -Me despierto sobresaltada.

Qué pesadilla!

Podemos prescindir de tantas cosas...
pero de vosotros por supuesto que no.

Gracias por vuestra dedicación.

Luisa Arellano dijo...

Cuántas cosas se divisan desde una terraza... daría para libros enteritos.

¡Ah, las terrazas y el verano... y Freddo... y las pizzas... y el calorrrrrrr!

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