miércoles, 10 de febrero de 2010

Zacarías


Hojeaba el periódico en la barra de aquel bar tranquilo del polígono. La jovencísima mañana arrastraba soñolienta sus pantuflas floreadas y el picoteo del aguacero en los cristales marcaba sobre el cristal el ritmo del tiempo. Dobló el diario y lo alejó de sí con un indefinido comentario que contenía dos palabras: “mentirosos, hijos de puta”. Miró su reloj y un escalofrío de bienestar recorrió su cuerpo al comprobar que aún le quedaba media hora. Pidió a Floro otro café negro, con un chispazo de aguardiente “para apagar el rescoldo” y más agua, “para enjuagar la boca”. Aspiró el aroma del farias, que  sacó de una petaca con el relieve coloreado de una cordobesa que le guiñaba el ojo, y se dispuso a encenderlo con parsimonia, continuando con el ritual: viaje a la oreja (“diagnóstico por crujido”), centrada perforación de un trozo de palillo (“media estocada”), “traje de saliva” y vendaje cuidadoso de la embocadura (“mortaja de papel”), humectar  en la taza (“inmersión”)….. Con un presunto Dupont de plata, de llama regulable, el hombre procedió a calentar el puro, con el mismo esmero que un auxiliar de enfermería hubiera puesto en preparar el material quirúrgico. Una vez en sus labios chupó hasta tres veces mientras sus bigotes, cejas y pestañas parecían querer escalar hacia su inmensa frente despejada, dando la impresión de que efectivamente aquello era una sensacional experiencia religiosa o un maravilloso y profano orgasmo.

El camarero, abrillantando vasos al fondo del despejado local, sonreía; y no pudo por menos que acordarse de aquel sacerdote (Cassen) que atraía a enfervorizadas multitudes de todo el planeta por su maestría y arte al ejecutar la liturgia en Amanece que no es poco. Nuestro amigo, pensó para sí, era merecedor de mejor suerte: guías turísticas, fotógrafos japoneses, cazadores de talentos….

Zacarías observó de reojo, en un giro del taburete, la mueca burlesca del muchacho y se dijo: “Pobre ignorante, si supiera con quién se juega las habichuelas, si supiera que este curre de ahora es sólo una tapadera. Infeliz, hace tiempo que decidí dejar de ser como tú, un don nadie, para ser un hombre respetable….”. Y abundando en sus reflexiones: “Lo único malo que tiene este oficio mío, es que  lo de ser autónomo está complicado; por eso sigues dependiendo de los mandamases, que pagan bien pero son los únicos con cartera de clientes. Porque lo que yo digo, hay que estar muy bien relacionado para ser empresario de esto; y yo al tío más notable que conozco es a un jefe de estación. Pero lo importante es ser un verdadero profesional: limpio, efectivo, discreto e incluso creo que pragmático, aunque este último adjetivo tengo que repasarlo porque no tengo muy claro su significado”.

Las campanillas de la puerta del establecimiento anunciaron la llegada de una cuadrilla de camineros que entraron desabrochándose los chubasqueros y saludando divertidos a Floro y su parroquiano. Este último los recibió de espaldas y con una nube de hollín, que de ser alguno de los peones de origen indio hubiera descifrado como un exabrupto. Aprovechó el inciso para mostrar su Certina de 1970, mientras el brazo izquierdo y la mano abierta rasgaban lentamente las señales de humo camino de la breva. Al instante volvió a sumirse en sus cavilaciones:
“Otros palurdos, que no valen más que para tapar agujeros y limpiar cunetas, ¡y luego dicen que todos somos iguales!. El que vale, vale, y yo bien que me he organizado, ¡no te jode!. Así hubiera acabado yo si no le hubiera echado cojones al asunto. Porque ahora mismo a mí no me falta de nada: mi buen piso con ascensor, mis buenos copazos, mi diente de oro, mi Visa del mismo color…. y de mujeres, ¡ni te cuento!: polacas, rusas, caribeñas, de todos los colores…¡un lujo!. Que he tenido suerte, ¡bien!, lo reconozco; que debería estar muerto, es posible. Pero lo cierto es que soy el único sicario que ha llegado a los cincuenta años y a los cincuenta trabajos (algunos pueblos tienen cementerios más pequeños) ”… ¡Por algo será!, ¡por algo será!, ¡por algo será!...Esta última letanía la entonaba chulescamente, en voz alta, mientras bocadillo en ristre se dirigía a la calle donde le esperaba el camión del Servicio Municipal de Limpieza a cuyo estribo se encaramó.
Jaht

A todos los personajes que son fuente de inspiración y que nunca demandan derechos de autor.

5 comentarios:

jorge dijo...

Menudo personaje.Corrala da para mucho.
Uno se queda con ganas de saber más cosas de Zacarías, con la pinta nada inquietante que tiene tras ese Farias y ese trabajo en el Ayuntamiento.Y mira, la culata llena de muescas...cuidadín.
Genial,Jaht.
Saludos al Norte de Extremadura, desde el sur del Sur.

Jara dijo...

Otro infelíz triunfador,eso sí,
con la visa oro y dos cojones
por cerebro. Ese trabajo en el ayuntamiento es inquietante....
Con esa profesión y tan cerca de
la basura....

Raúl dijo...

Buen relato, amigo. Excepcional el primer párrafo. No le encuentro fisuras.

Araceli Esteves dijo...

Muy bueno, muy bueno. Un abrazo

Luisa Arellano dijo...

¡Ay, qué voy retrasada y me estoy perdiendo mucho bueno!

Este Zacarías me ha traído a la memoria a un personaje mío que aún no tiene nombre y que anda, el pobre, dando bandazos entre mis leyes administrativas y apuros estudiantiles. No sé si alguna vez lograré rescatarle de su abismo.

Impecable tu historia... me quedo con ganas de más, eso si.

Un abrazo.

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