lunes, 3 de mayo de 2010

El Hombre del Pelo Blanco

 Aquel día,  después de años,  juntó fuerzas para no seguir aplazando el encuentro con el hombre del pelo blanco.  Se enfrentó decidido y clavó sus ojos en los de él,  que se mostraron huidizos en el primer embate,  para tornarse duros e inexpresivos a continuación.  Supo que no iba a ser tarea fácil penetrar,  y bajó la cabeza repensando una estrategia.  Cuando la levantó,  desafiante,  advirtió una mueca parecida a una sonrisa resignada y por esta grieta coló su primera pregunta:  "¿Quién eres?".
El esclerótico rostro,  sucio de barba,  de aquel triste despojo  tardó una eternidad en recibir la orden cerebral para movilizar los músculos faciales,  aunque sólo pareció obedecer el orbicular de los labios que musitó un casi inaudible:  "Tú deberías saberlo".   La mirada,  esta vez,  se hundió en el bisbiseo y el reconocimiento de la voz le trasladó  a unos tiempos remotos,  vividos o soñados:

Allí estaba un agitado Ricardo dando ordenes y corriendo de un lado para otro,  atendiendo llamadas de teléfono,  soportando a la abuela,  que intentaba anudarle la corbata,  y dictando una carta a su secretaria.  La empresa surcaba los mares,  más a ritmo de lancha de motor que de velero y no podía descuidar el pilotaje ni siquiera el día de su boda.  En los cuatro lustros vertiginosos que sucedieron se le pudo ver apareciendo feliz,  por una exitosa venta,  dos días después del nacimiento de su hija;  llegando irritado al cementerio,  reprochando a su padre que se hubiera muerto en momento tan inoportuno;  dejando que su mujer se divorciara por carta y con su abogado;  olvidando el cumpleaños de su madre y traspapelando el número de teléfono;  en definitiva,  borrando con dinero el nombre de todos los afectos que interferían en su vida.... Una de sus pocas noches desperdiciadas se había sincerado con un camarero y había intentado explicarle lo maravilloso del poder,  de su erótica,  para acabar diciéndole:  " Pobre currito,  es inútil,  tú nunca sabrás qué es eso,  no hay nada comparable". Pero el camarero,  saltándose la profesionalidad,  respondió:  "  Usted no tiene nada con qué comparar,  aunque no lo crea es más pobre que yo".

El que interroga sabe que aquella sentencia del filósofo de la barra quedó dentro de su interlocutor,  como una espina,  al principio indolora,  después molesta,  para terminar siendo una úlcera sin cauterización posible,  por más alcohol que echara a la hoguera de las evocaciones; ¡cómo escuece la verdad!. Recuerda también que Richi (como siempre le llama mamá Clara),  había vuelto al Café Uzala tres años después a exigir una disculpa o a buscar una respuesta,  pero el mozalbete irrespetuoso había volado,  ni siquiera le recordaban.
En la mañana del cara a cara,  antes de que un timbrazo indicara el inicio de la cuenta atrás,  una nueva pregunta,  sin respuesta,  desencadenó un torpe y desamparado llanto que terminó en grito desgarrador,  que bien pudo haber sido terapéutico y purificador de no haber escrito ya el amanuense del destino,  con sangre indeleble,  un nombre y una fecha.

 El individuo canoso,  hace poco joven,  tiene los hombros y el tronco hacia adelante,  de manera que sus brazos cuelgan lasos cerca de las temblorosas rodillas;  entre los dedos pendulea un telegrama. Arrastrando los pies por los interminables pasillos,  vuelve otra vez frente al espejo con la robótica serenidad de los zombies y arroja,  con sorprendente fuerza,  la máquina de afeitar, pasando de una sola e inmensa soledad a decenas,  puntiagudas,  que se multiplican por todo el cuarto de aseo. Se agacha y despacio toma una de ellas entre sus manos,  deja caer la bata,  enciende el canal de Música Clásica y se introduce en el jacuzzi,  dispuesto a darse un baño caliente y a dormir,  por fin,  el más dulce de los sueños.



Para mi hija Silvia que ha cumplido años, pocos. Con la certeza de que sus buenos sentimientos la marcarán siempre el camino.


Jaht


6 comentarios:

Jara dijo...

Si dedicasemos más tiempo a vivir
y a pensar,quizas las soledades
serian más suaves,serenas, menos
puntiagudas, pero como decia
Oscar Wilde: "Lo más profundo en
el hombre es la piel".

Anónimo dijo...

Menos mal que siempre hay un
camareo/a, para despertar la
conciencia. Aunque a veces
tardamos mucho en escucharla.
Muy buenas tus reflexiones
y bastante cotidianas.

Luisa Arellano dijo...

Duras apreciaciones, Jath. Por desgracia estas actitudes se repiten muy a menudo y tejen soledades... a pesar de que los camareros siempre nos advierten :)

Cuesta mucho trabajo no dejarse llevar por los cantos de sirena... con la fácil que debería ser amarrar y disfrutar con lo más sencillo.

Muy ciertas tus palabras.

Abrazo

Anónimo dijo...

Felicidades a tu niña.

Raúl dijo...

Si te digo aquello de que la mejor de las filosofías se encuentra en las barras de lo bares, me quedo tan solo en la epidermis de tu relato. Lo sé.
Felicita a tu hija.

Javi dijo...

Un pobre hombre que no sabia valorar los detalles que no depara el dia a dia. Me ha gustado tu crudo relato.

Ray desaparecio de la blogosfera. Hace 3 o 4 dias reaparecio en mi blog diciendome que tenia problemas con su ordenador y que esperaba volver en breve. Eso espero, pues echo de menos sus sarcasticos comentarios.

Te dejo un abrazo!

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