Desde bien jovencito su gran admiración por el cine y las estrellas lo fue acercando cada vez más a la pantalla. Empezó muy atrás, en la última fila, asomando los ojos, como platos, por encima del respaldo de la butaca tras la que se parapetaba. Llegaba, en aquellos días, con la “peli” empezada y desaparecía antes de que se encendieran las luces. La taquillera era la única que conocía a aquel solitario barbilampiño al que pidió el carné justo el día que cumplía 18 años.
Treinta años después, los dos, agarrados de la mano, lloraban mientras una excavadora avanzaba sin piedad hacia una pared blanca que permanecía en pie entre los escombros. Ayer era una sala de barrio anticonvencional, húmeda y habitada por gemidos y rozamientos que, sumados (actores y espectadores), componían la banda sonora del “Regocijo” que en su hall, rojo pasión, tenía un póster (en inglés) de Garganta Profunda y otro de El fontanero, su mujer y otras cosas de meter. Hoy no es nada.
Jaht
1 comentario:
Esas salas quedan en nuestro recuerdo, donde vivirán por siempre...
Besos borrascosos
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