miércoles, 1 de julio de 2009

Buenos Aires. Principio y fin de siglo.






Freddy Flores:


Y Freddy aparece en Buenos Aires para comenzar el primer día del resto de su vida. Una vida que aspira a mejorar. Es joven, tiene fuerzas y ganas de luchar por los suyos, los que quedaron allá en aquella tierra ingrata y estéril que no da pan a sus hijos.
No importa que su primera aproximación al extrarradio bonaerense sea una triste incursión en un garito en el que la grasa está instalada como elemento arquitectónico. No importa que arrastre los grilletes de la ilegalidad que le condenan a ser persona de categoría inferior. Cuentan que algunos paisanos suyos hicieron plata, y mucha, en Buenos Aires. El, será uno de ellos. El, alcanzará la meta de la dignidad y cuando reclame a su familia habitarán un adosado y a su mujer la llamarán doña Charito.

Enrique:

La vida es dura, también para Enrique, el jefe. Amarrado a su parrilla, aguantando los salivazos de bilis de parte de la clientela. Está cansado, tiene ganas de salir corriendo pero aún le quedan unos años para poderse retirar y la situación de emergencia de la nación no invita a heroicidades. Sabe muy bien lo que está pasando, se veía venir. Algunas cigarras flotan ya calle abajo, las hormiguitas como él guardaron para un invierno largo y nadie va a arrebatarle lo que es suyo.

Rosa:

Y entre los embates del mar embravecido, caminando sobre las aguas, viene Rosa, la frágil mujer envuelta en pétalos de acero. También sobrenada las inmundicias, los desamores, la soledad....pero todo deja marcas; algunas forman pulseras en sus muñecas.
Ejerce de todo lo que no es: madre, amante, amiga...Demasiado equipaje para un alma transida.

"El Oso":

Atraídos por el olor de la fritanga, como polillas suicidas, no se despegan del bar clientes como "El Oso", taxista pendenciero que manotea desesperadamente para no hundirse con su crisis económica y personal. Huraño y desesperado, El Oso, no encuentra salida a su situación, dentro de nada será uno de esos insectos cantarines que Enrique ve bajar calle abajo. Paga su mal humor con todos y su crédito se ha agotado.

Coda:

Sólo hay algo más inquietante que el propio antro, recinto convertido en reloj de arena, es la lúgubre calle donde se desgranan los perdedores cuando baja el cierre el local de la parrilla.



Adrián Caetano dibujó en el otoño del 2002 su película Bolivia, en la pantalla del Cine Avenida (Cineclub El Gallinero), con lápiz negro y con tinta caliente de las Venas Abiertas de América Latina.



Jaht

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