miércoles, 8 de julio de 2009

Don Fernando Fernández de la Fernandera

Arrastrando su bien merecida y trabajada fama de sabio despistado, al modo en que un niño "golfete" e indolente remolcaría un juguete de madera, entró Don Fernando en el casino de la capital de la Vera siendo las doce y cuarto del mediodía.
La táctica, una vez más, había resultado: ya le esperaban el ínclito Juan Román, el mejor pintor sin duda de su pequeño pueblo y el fiel pagano.... ¡vamos, el señor este del municipio aledaño! , y no es que no queramos acordarnos de su nombre, es que el personaje que nos inspira el relato tampoco lo recuerda.
Para mí siempre será: "mi buen amigo"-solía decir el escritor (copiador para algunos)-.

Y a fe que les procesa devoción( "mi buen amigo") pues lleva meses haciéndose cargo de los aperitivos de tan ilustres autoridades del saber; faros culturales según su humilde opinión.
-Y bien, maestro Román, cómo van esas subvenciones - inquiere a modo de saludo nuestro protagonista-

-De eso precisamente quería hablarte Fernando. Necesito tu intermediación. Mi último proyecto, ya sabes la exposición de la escultora madrileña, ha topado con la insensibilidad de la secretaria del Consejero. Fíjate, no entiende la partida que se refiere a los tres mil euros para peanas. ¡Qué duro es bregar con la ignorancia y la incompetencia!. ¡Ahí, en el suelo, quieren ellos el arte y no en lo alto de un pedestal!.


-Comparto tus anhelos y me hago solidario de tus quejas, pero no desesperes. En lo que a mí respecta haré cuanto esté en mi mano - dijo, llevando la misma, armada con un palillo, a la tapa de magro más tentadora. Olvidado ya, para siempre, el lamento del "pincel verato"-

El nieto de Don Fernandazo, Fernandito fue su padre, es un hombre de su tiempo y por tanto cree en la genética, a eso atribuye su sordera intermitente y el buen estado de sus papilas degustativas y presume, como sus antecesores, de ser un estudioso de las vertientes artísticas insertas en los buenos caldos y en las delicias culinarias. Eso sí, en cantidades medidas, más próximas a la frugalidad que al hartazgo: "....la fábrica de las ideas comienza en la oficina del estómago".

-Por eso queridos amigos- pontificó- los acuerdos que mueven el mundo, las grandes decisiones, los estratosféricos contratos... pasan indefectiblemente por el lomo de una tábula bien pertrechada de cautivadoras viandas y preñada de esencias líquidas y volátiles, capaces de ablandar los más rocosos principios y dinamitar las más encastilladas voluntades.


-¡Camarero, por favor, este discurso merece otro refrigerio!; otra de lo mismo y lo anota en mi cuenta -apuntó el hombrecillo sin nombre al impertérrito cantinero, que sin necesitar de esta última precisión, ya había colocado los tres palotes al afortunado y satisfecho interlocutor de los dos artistas-

-"Mi buen amigo", ¡qué sería de nosotros los creadores, los guardianes de las milenarias costumbres y culturas sin el beneplácito de seres agradecidos y hombres de bien como usted! ...y si no es abusar de su generosidad añada a la comanda una racioncita de pulpo que tiene muy buen ver.


-¡Faltaría más, pase la orden a cocina, Sebastián!


En pláticas y "Fernandólogos" similares se hicieron las dos. Nuestro hombre recogió su portafolios y rechazando caballerosamente la última invitación se despidió de sus contertulios, más bien oyentes:


-Señores, el deber y el respeto que le tengo a mi esposa me reclaman. En mi casa, en el templo de mi familia, la mesa comienza a servirse a las catorce treinta. Sólo una vez en los últimos veinticinco años, el día de la muerte de mi madre, nos hemos saltado dicho precepto. Siento privarles de mi presencia. ¡Au revoir! -y salió precipitadamente haciendo una graciosa inclinación de cabeza-

Huelga decir que en su faldriquera tintineaban las mismas monedillas de la mañana, alegres por continuar juntas, cultivando ya una larga y cálida amistad.


Lo que cuento tuvo lugar instantes antes de que el barman del rostro impenetrable, el marido de la modelo, tomara esta instantánea de Don Fernando en situación más que apurada.



Gracias a Helmut Newton por su colaboración
Jaht

3 comentarios:

Raúl dijo...

Pícaro, el tal don Fernando.
De vez en cuando, venir a leerte, con este toque (permíteme la osadía) "decimonónico" que le das a tus párrafos, es entretenidisimo.
Un placer.

Luisa Arellano dijo...

¡Ay esas peonás y esa incultura, pero cuanto D. Fernando hay suelto!

Eres un lujo, paisano.

Araceli Esteves dijo...

Una entrada la tuya, de muy entretenida lectura. Me alegra haber pasado por aquí.

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