Os quiero contar un cuento. Un cuento de viejo impío, que creció entre clérigos y meapilas; de viejo, que sin saberlo, se hizo republicano entre héroes con corona y príncipes justos (¡como si estos sustantivos y adjetivos fueran compatibles!); de viejo descreído a fuerza de lentos desengaños; un cuento de viejo, aprendiz de misántropo, que luchó contra esta condición y empieza a darse cuenta de que tal vez no debió gastar fuerzas en ese empeño. Ahora, que las noches son más largas que los días y las cortinas de lluvia convierten todos los paisajes en grabados japoneses, os quiero contar un cuento:
Eran las seis, la tarde sepia, envuelta en hojas amarillas, trepaba hacia el cerro en el que la última noche se escucharon aullidos. Abajo, los caminos sucios y blancos se afilaban y penetraban raudos en el pueblo buscando caldos calientes y chimeneas. Los moldes de botas y pezuñas esperaban en la nieve otra fugaz intrusión de hombres y bestias cargados con leña, que pasaban cabeceando y concentrados en lo que parecía una huída, a juzgar por las insistentes y temerosas miradas a los meandros del sendero.
Las calles vacías recibían a los aldeanos y sus caballerías, que espantaban el miedo y el silencio con toses, juramentos y redobles de cascos herrados sobre piedras heridas, que despedían chispas como imprecación.
Al llegar a la taberna del "Ratonés", Bonifacio fijó las riendas a la montura, arreó la mula, para que se fuera acercando a casa y atraído por el farol de lamparilla y el caballo ruano atado a la argolla de la puerta, entró cautelosamente, afirmando bien sus pies sobre la rugosa madera del piso, adaptando sus ojos a la penumbra del estrecho pasillo, temeroso, los brazos por delante, y de pronto..........................
..........Una linda señorita recogió su abrigo de armiño, estampó dos húmedos besos en su frente y barbilla y cogiéndo su mano, con ternura, le acompañó a una enorme sala adornada con novedosos motivos navideños y con una lujosa mesa circular en el centro, en la que no faltaban pavos rellenos, frutas exóticas, dulces con banderitas indicadoras de su nacionalidad y vinos, licores y refrescos de todos los colores. Al fondo, sobre un altillo entarimado, una big band de maoríes desnudos y tatuados disparaba melodías que daban alas a los ligeros pies de los asistentes; estos sonreían constantemente y de forma tan luminosa que Facio, que así le llamaba la chica tostada y vaporosa, pudo observar que no había arañas o bombillas en aquel patio resplandeciente. Toda la luz procedía de sus boquitas de piano (sin teclas con caries), de manera que si por un momento, los dos mil invitados hubieran sellado sus labios, hubieran reinado el caos y la oscuridad. Pero todo estaba pensado en aquella macro fiesta, por si tenía lugar el improbable apagón: no menos de trescientos ministros de paises de economía emergente (los que parten de cero) estaban situados cerca de las puertas, con un bocado que hacía inutiles sus intentonas de "fermer la bouche". Y mientras, a una endiablada velocidad, cabalgando sobre un vals que los polinésicos interpretaban con vertiginoso swing, la pareja protagonista avanzaba hacia el que parecía, por su impecable traje y maneras, el jefe de todos los camareros, al que acompañaba una preciosa mulata con un cestillo de uvas sobre su cabeza. Ella, la danzarina, gritaba:
-Papá, mamá, es Facio, ha venido desde España.
Y él, ebrio de entusiasmo saludaba al pasar frente a ellos:
-¡Hola señor Barack Hussein, hola señora Michelle!, no se preocupen se la devolveré antes de las doce. Son ustedes más blancos de lo que imaginaba!.¡Adiós!
Y siguieron circulando, nunca mejor dicho, hasta el jardín; e imparables retozaron por los paseos del parterre, y, tras tropezar, acabaron rodando por el cesped hasta que literalmente se los tragó la tierra. Abrazados, fueron descendiendo por un tunel vertical y estrecho, con paredes acolchadas con balas de algodón y quedaron dormidos durante el viaje a las antípodas.............
.................Boni salió por fin de la trinchera de arena y la ayudó a subir, había pasado miedo pensando que no conseguirían escapar; la luna hubiera sido testigo de cómo les devoraban las fieras, pero no quiso asustarla y la dijo que debían permanecer allí, en silencio, sin llorar, hasta que el último tigre famélico se fuera a un McDonalds, siguiendo el dulce olor de la carne muerta. La pequeña era hija de la última novia de su padre, que ahora hablaba y reía con mamá: ¡nunca se habían querido tanto!; ¿porqué no se separarían antes?, se preguntaba el muchacho que pronto cumpliría los siete años, mientras esperaba a la cría, de tres, al final del tobogán.
Sus padres venían ahora más veces al parque que antes, con la excusa de que los niños tienen que jugar, pero a él no se la daban con queso: querían verse. No le importaba, se alegraba; aunque a veces se comportaran de forma infantil y se olvidaran de ellos.
María es muy bonita, rubieta con chupa-chups, pecosilla, alegre y sociable. Boni, más retraído, la regaña por intimar con el primero que pasa y la abraza arrastrándola hacia las coloridas distracciones, entre la arboleda. Un rato antes ha tenido que separarla de un cura joven, con hábito, todo negro, y con un extraño sombrero; y de una mujer antigua que leía en voz alta, algo sobre ".....tardes y aullidos". Ambos, sentados en un banco, no han dejado de cuchichear, reír y seguirles con la mirada.
El muchacho quiere irse y busca a sus padres que ya no están, corre arrastrando a la niña y de pronto se da cuenta que sólo tiene un chupete entre las manos; mira a su alrededor, paralizado por el miedo, y ve a lo lejos perderse el vuelo de una sotana tras un chopo gigantesco. No hay nada más, no hay nadie más. Quiere gritar y no puede... y entonces recuerda y activa algo que le dijo su maestra para situaciones límite: cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero, y : ¿despierto?............
.................Lucía se levanta mareada . Ha pasado mala noche. Vueltas y más vueltas en la amplia cama, enorme desde hace cinco meses, cuando quedó sola, con un embrión. Las ecografías del día anterior la hacen andar sin sombra; el niño va bien, pero es inquietante ver a un feto con dientes. Tampoco ayudaron mucho los cafés que, con Petri, tomó a última hora en aquel bar con las paredes forradas de horrendas máscaras.
En las largas horas tenebrosas, cada cambio de postura ha significado: un sueño inconexo, una absurda quimera y un creciente desasosiego.
Sentada aún en la cama, adormilada e inerte, se pregunta qué hace una piruleta pegada entre las páginas del libro de Cuentos de Aldecoa y porqué en lugar de sus cómodos zapatos hay en el suelo unas zapatillas de baile; la piel se le eriza cuando ve que el despertador marca las seis y que por delante del balcón abierto cruzan hojas amarillas, y se cuelan el frío y un salvaje alarido que hace dar volteretas a la criatura que habita sus entrañas. Arranca el crucifijo de la cabecera; lo aprieta, cabeza abajo, contra su pecho y se dirige despacio hacia el ventanal, los ojos perdidos en el horizonte....Quiere ver muy cerca la nieve, quiere fundirse con ella.
A quienes cubren de blancas mariposas los negros sueños.
Jaht