miércoles, 30 de diciembre de 2009

Y los sueños, ¿sueños son?


Os quiero contar un cuento. Un cuento de viejo impío, que creció entre clérigos y meapilas; de viejo, que sin saberlo, se hizo republicano entre héroes con corona y príncipes justos (¡como si estos sustantivos y adjetivos fueran compatibles!); de viejo descreído a fuerza de lentos desengaños; un cuento de viejo, aprendiz de misántropo, que luchó contra esta condición y empieza a darse cuenta de que tal vez no debió gastar fuerzas en ese empeño. Ahora, que las noches son más largas que los días y las cortinas de lluvia convierten todos los paisajes en grabados japoneses, os quiero contar un cuento:

Eran las seis, la tarde sepia, envuelta en hojas amarillas, trepaba hacia el cerro en el que la última noche se escucharon aullidos. Abajo, los caminos sucios y blancos se afilaban y penetraban raudos en el pueblo buscando caldos calientes y chimeneas. Los moldes de botas y pezuñas esperaban en la nieve otra fugaz intrusión de hombres y bestias cargados con leña, que pasaban cabeceando y concentrados en lo que parecía una huída, a juzgar por las insistentes y temerosas miradas a los meandros del sendero.
Las calles vacías recibían a los aldeanos y sus caballerías, que espantaban el miedo y el silencio con toses, juramentos y redobles de cascos herrados sobre piedras heridas, que despedían chispas como imprecación.
Al llegar a la taberna del "Ratonés", Bonifacio fijó las riendas a la montura, arreó la mula, para que se fuera acercando a casa y atraído por el farol de lamparilla  y el caballo ruano atado a la argolla de la puerta, entró cautelosamente, afirmando bien sus pies sobre la rugosa madera del piso, adaptando sus ojos a la penumbra del estrecho pasillo, temeroso, los brazos por delante, y de pronto..........................

..........Una linda señorita recogió su abrigo de armiño, estampó dos húmedos besos en su frente y barbilla y cogiéndo su mano, con ternura, le acompañó a una enorme sala adornada con novedosos motivos navideños y con una lujosa mesa circular en el centro, en la que no faltaban pavos rellenos, frutas exóticas, dulces con banderitas indicadoras de su nacionalidad y vinos, licores y refrescos de todos los colores. Al fondo, sobre un altillo entarimado, una big band de maoríes desnudos y tatuados disparaba melodías que daban alas a los ligeros pies de los asistentes; estos sonreían constantemente y de forma tan luminosa que Facio, que así le llamaba la chica tostada y vaporosa, pudo observar que no había arañas o bombillas en aquel patio resplandeciente. Toda la luz procedía de sus boquitas de piano (sin teclas con caries), de manera que si por un momento, los dos mil invitados hubieran sellado sus labios, hubieran reinado el caos y la oscuridad. Pero todo estaba pensado en aquella macro fiesta,  por si  tenía lugar el improbable apagón: no menos de trescientos ministros de paises de economía emergente (los que parten de cero) estaban situados cerca de las puertas, con un bocado que hacía inutiles sus intentonas de "fermer la bouche". Y mientras, a una endiablada velocidad, cabalgando sobre un vals que los polinésicos interpretaban con vertiginoso swing, la pareja protagonista avanzaba hacia el que parecía, por su impecable traje y maneras, el jefe de todos los camareros, al que acompañaba una preciosa mulata con un cestillo de uvas sobre su cabeza. Ella, la danzarina, gritaba:
-Papá, mamá, es Facio, ha venido desde España.
Y él, ebrio de entusiasmo saludaba al pasar frente a ellos:
-¡Hola señor Barack Hussein, hola señora Michelle!, no se preocupen se la devolveré antes de las doce. Son ustedes más blancos de lo que imaginaba!.¡Adiós!
Y siguieron circulando, nunca mejor dicho, hasta el jardín; e imparables retozaron por los paseos del parterre, y, tras tropezar, acabaron rodando por el cesped hasta que literalmente se los tragó la tierra. Abrazados, fueron descendiendo por un tunel vertical y estrecho, con paredes acolchadas con balas de algodón y quedaron dormidos durante el viaje a las antípodas.............

.................Boni salió por fin de la trinchera de arena y la ayudó a subir, había pasado miedo pensando que no conseguirían escapar; la luna hubiera sido testigo de cómo les devoraban las fieras, pero no quiso asustarla y la dijo que debían permanecer allí, en silencio, sin llorar, hasta que el último tigre famélico se fuera a un McDonalds, siguiendo el dulce olor de la carne muerta. La pequeña era hija de la última novia de su padre, que ahora hablaba y reía con mamá: ¡nunca se habían querido tanto!; ¿porqué no se separarían antes?, se preguntaba el muchacho que pronto cumpliría los siete años, mientras esperaba a la cría, de tres, al final del tobogán.
Sus padres venían ahora más veces al parque que antes, con la excusa de que los niños tienen que jugar, pero a él no se la daban con queso: querían verse. No le importaba, se alegraba; aunque a veces se comportaran de forma infantil  y se olvidaran de ellos.
María es muy bonita, rubieta con chupa-chups, pecosilla, alegre y sociable. Boni, más retraído, la regaña por intimar con el primero que pasa  y la abraza arrastrándola hacia las coloridas distracciones, entre la arboleda. Un rato antes ha tenido que separarla de un cura joven, con hábito, todo negro, y con un extraño sombrero; y de una mujer antigua que leía en voz alta, algo sobre ".....tardes y aullidos". Ambos, sentados en un banco, no han dejado de cuchichear, reír y seguirles con la mirada.
El muchacho quiere irse y busca a sus padres que ya no están, corre arrastrando a la niña  y de pronto se da cuenta que sólo tiene un chupete entre las manos; mira a su alrededor, paralizado por el miedo, y ve a lo lejos perderse el vuelo de una sotana tras un chopo gigantesco. No hay nada más, no hay nadie más. Quiere gritar y no puede... y entonces recuerda y activa algo que le dijo su maestra para situaciones límite: cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero, y : ¿despierto?............

.................Lucía se levanta mareada . Ha pasado mala noche. Vueltas y más vueltas en la amplia cama, enorme desde hace cinco meses, cuando quedó sola, con un embrión. Las ecografías del día anterior la hacen andar sin sombra; el niño va bien, pero es inquietante ver a un feto con dientes. Tampoco ayudaron mucho los cafés que, con Petri, tomó a última hora en aquel bar con las paredes forradas de horrendas máscaras.
En las largas horas tenebrosas, cada cambio de postura ha significado: un sueño inconexo, una absurda quimera y un creciente desasosiego.
Sentada aún en la cama, adormilada e inerte, se pregunta qué hace una piruleta pegada entre las páginas del libro de Cuentos de Aldecoa y porqué en lugar de sus cómodos zapatos hay en el suelo unas zapatillas de baile; la piel se le eriza cuando ve que el despertador marca las seis y que por delante del balcón abierto cruzan hojas amarillas, y se cuelan el frío y un salvaje alarido que hace dar volteretas a la criatura que habita sus entrañas. Arranca el crucifijo de la cabecera; lo aprieta, cabeza abajo, contra su pecho y se dirige despacio hacia el ventanal, los ojos perdidos en el horizonte....Quiere ver muy cerca la nieve, quiere fundirse con ella.


A quienes cubren de blancas mariposas los negros sueños.

 Jaht

martes, 15 de diciembre de 2009

¡Pero Mira Como Beben...!




El aire frío y el humo venían cargados con volutas de recuerdos, que como diminutos tornados entraban por la nariz, llenaban los pulmones y, al momento, encendían olvidados rincones en mi cerebro. Allí se recreaban escenas y sonidos que tenían que ver: con botellas de anís, almireces y villancicos; con calles empedradas, cántaros de leche y rimeros de leña; con rebuznos, campanillas y candiles. Supuse, que en el imaginario de mis nietos, dentro de 50 años, las melancólicas evocaciones tendrían en cuenta: los camiones de pollos de Veravic, el cine en 3D y los Papá Noel trepando por los balcones; los videojuegos, la Picasso de su abuelo y los contenedores de colores  para reciclar; los gusanitos de luz que trepan por las farolas, el chunga-chunga del coche tuneado del vecino, con re-mix navideño y la casa-bar de sus padres.

Un siglo. Un siglo con cien paradas, con cien finales de año; obligados a mirar atrás, obligados al arqueo de memoria, aún cuando no seamos aficionados a la contabilidad. Y todo para ponernos tristes, para extrañar a los que no están y para rellenar los últimos días de Diciembre con hormigoneras y hormigoneras de tópicos hipócritas. Sé que al menos en esto no estoy en minoría: somos más los que sufrimos estas fiestas que los que las disfrutan.

Pero no desesperéis, allí estaremos, solidarios: con el gorrito y el matasuegras, la sidra achampanada, la cuenta atrás y las uvas, los besos (incluidos los de Judas) y el feliz año, las respuestas "ingeniosas" a preguntas "trascendentes"(P/ ¿Qué te han "echao" los Reyes? R/ A mí de casa) y el superpopular...: "lo importante es que "haiga salud".

Contad con nosotros que, aunque resentidos, tampoco queremos cargarnos el sistema y menos ahora que tenemos al consumo en la UVI. No os preocupéis mariscadores, bodegueros, banqueros, políticos neoliberales, emprendedores, estrategas económicos, periodistas pesebreros y multinacionales del comercio; haremos de tripas corazón, aquí estamos, dispuestos a salvar la piel de quienes nos despellejan. ¡Todo sea por defender el espíritu de las navidades pasadas!.

Como no podía ser de otro modo, hacemos nuestra la tarjeta que ha ideado el colectivo (más de cuatro millones) de parados para pedir este año el aguinaldo:

Ave, benefactores del ingrato e indolente trabajador, los que no merecen ni respirar vuestras exquisitas flatulencias os saludan y os desean Felices Fiestas y  Todavía Más Próspero (si fuera posible) Año Nuevo.
¡DAME ALGO!. 
         Uno de los parados del barrio         
Jaht

Gracias a Matt Groening y a El Roto por dejarme sentar a estos dos pobres en mi mesa.



jueves, 3 de diciembre de 2009

Estación Abrevadero


"Siempre rebosa el amor en los reencuentros".


Mientras camino, la frase martillea mi cabeza rítmicamente, al compás de unos pasos que cada vez son más rápidos y más alegres. Mi padre fue el creador de esta luminosa sentencia hace cuarenta años, cuando yo era apenas un niño. Si Marciano, que así se llamaba el filósofo y poeta, hubiera tenido que escribirla con garabatos de oro, hubiera necesitado primero de un escribano que tradujera en letras las palabras, porque él era casi analfabeto. En cambio, en mis recuerdos están cinceladas sobre blancas e indelebles nubes de algodón y en el lenguaje universal del sentimiento, que no permite error, ni faltas ortográficas. Recuerdo, con todo lujo de detalles, el momento en que volaron de su boca, mientras esperaba en cuclillas con los brazos abiertos, la llegada de mi madre y los tres cachorrillos, que corríamos más deprisa que el tren que se alejaba. El andén, en Plasencia, estaba plagado de cajas, bolsos y maletas cruzadas por correas, y de hombres rudos como él que hablaban de las carbonillas del tren para no admitir que estaban llorando. Eran las once de la mañana y el frío sol de invierno caía tan sesgado que dejaba a oscuras, aunque pintado de escarcha, todo lugar en que no aterrizara uno de sus rayos.Un año, sin una cara que pincha junto a la tuya, es mucho tiempo para un niño que tiene que defender en la escuela a un héroe emigrante, que sólo aparece por Navidad.

Pero no he venido hoy  hasta el apeadero, para hablaros de mi infancia sino de la gran verdad que habitaba el pensamiento de mi padre: "...del amor que rebosa". Hay en las estaciones tantos trocitos de corazón, tanta ternura suelta (como aquella carbonilla que atacaba los ojos de nuestros "ulises"), que no es cuestión de desaprovecharla y menos en estos días que corren, tan desaprensivos.
Yo vengo habitualmente a bañarme en miradas de esperanza, en suspiros, en abrazos que abarcan familias enteras, en risas y sobre todo en los ríos de lágrimas que purifican el pecho y despejan la cabeza (recomendable, no sólo para el espíritu, también para los catarros).
Pero también he sido testigo de huídas sin equipaje, de yertas muecas de bienvenida, de miedos infundados y de lunas de miel que se rompen al poner el pie en el estribo.Creemos que únicamente lloran los que están en tierra y eso es porque dejamos de ver a los que se van; pero siempre el amor está por medio: por exceso o por defecto; y los que venimos a esta especie de balneario de Renfe salimos reconfortados y más limpios.

La experiencia ha convertido mi imaginación en un instrumento casi infalible para detectar situaciones emotivas y novelescas. Por ejemplo os puedo asegurar que esa chiquita del piercing en el ombligo y el abrigo de piel, que se come las uñas, está esperando a una amiga (antes decíamos novia) que está haciendo oposiciones para entrar en las Fuerza Armadas. Y ese señor mayor, de grandes cejas y gesto adusto, marcha a pasar las nochebuenas en casa de su hijo, que hace tres meses que no se acuesta con su mujer. ¿Y qué me decís del que acaba de cruzar el hall a la carrera?; no, no es un carterista; es hincha del Barça y lo televisan a las ocho. Ese inquieto del móvil y el maletín, ni se va, ni espera a nadie; está haciendo tiempo; hace meses que perdió su trabajo. La pareja que acompaña al hombre del sombrero y el poncho, los que se dirigen a la calle, son policías y él un estafador de poca monta.
¿Que en qué baso mis suposiciones?: En sus miradas, sus manos, los bultos o falta de ellos, la respiración, su vestimenta, sus gestos, los regalos...... y tantos años de abrevar en estas charcas en que chapotean las sensibilidades más sinceras, las inmediatas, las que no se pueden ocultar porque forman parte del instinto más humano, el que más nos acerca a los animales: el de supervivencia.
Sí, en ocasiones he errado el tiro, ¿o no?: una vez deduje que la bella y angelical dama, que aguardaba pacientemente, piernas cruzadas y guantes sobre el regazo, era una señora bien casada que se la estaba jugando a su marido con el sujeto que llegaría en breve; y resultó ser un cura alto con teja y sotana.

Siempre que podáis, visitad estaciones y trenes, aunque no aparezcan en las guías turísticas, no os cobran nada, tienen mucho que enseñar y podréis encontrar, aún, amores olvidados en las antiguas consignas.
Yo creo que el "maligno" ha inventado el AVE para cargarse las salas de espera y los transbordos, aquellos  ámbitos y aquellos empujones que contagiaban humanidad.




 A todos los viajeros, incluso a los que no van a ninguna parte.
Jaht

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