En un mundo muy lejano, que está ahí mismo, viven algunos hombres sin cabeza y hermosas mujeres de franjas bicolor ( medio senegalesas, medio islandesas), yerbas e inflorescencias parlanchinas, y cuadrúpedos que fuman dedos secos manchados de nicotina mientras leen las noticias que las inquietas hormigas, letras con patitas, escriben sobre un tapiz de pétalos de margarita, mientras captan emisiones con sus antenas. Lo curioso de ese remoto universo, que muy pocos conocen, es que puedes acceder inmediatamente a él si sales volando por la puerta o andando por la ventana; si quieres viajes interestelares has de utilizar la lanzadera de la chimenea.
Ayer estuvimos allí, aprovechando el retorno de las golondrinas, que quisieron agasajarnos por nuestra hospitalidad. En la tarde perfumada, sin horas y sin gravedad, flotamos hasta la pradera de los manantiales y nos tumbamos a la sombra de una pizpireta encina con pamela, masajeados por miles de sedosas lombrices verdes. Bebíamos jugos de arco iris mientras nuestras amigas gorjeaban hermosas piezas para flauta y violín; en los entreactos libaban infusiones frescas de polen para aliviar sus gargantas. No éramos los únicos en disfrutar del concierto y la campiña: cientos de originales homínidos y otros curiosos bípedos (algunos, haciendo el pino, se desplazaban sobre los hirsutos pelos de sus cabezas, otros ventilaban sus corazones sacándolos del pecho y, atados a una fina arteria, dejándolos volar como cometas); vacas transparentes, surcadas por innumerables senderitos de leche de color, en función de las flores del menú; caballos de tres patas renegando, divertidos, de carros e hipódromos; ovejas negras con blancas gafas de sol; niños y cachorros persiguiendo juntos, entre risas, una gigantesca bola de plumón de ese pajaro raro, híbrido de avestruz y Charlie Parker..........
Antes de volver, Cecilia tomó un biberón mitad azul, mitad rojo, fruto de la rumia bovina de violetas y amapolas y a Ismael hubo que rescatarle del nido de un aguila al que había ascendido por el cuello de una jirafa, que dijo llamarse Paula; y que portaba, inserto en los cuernos, un casco de bombero.
Nunca sabes el tiempo que pasas allí, pero no importa, lo difícil es reunir fuerza de voluntad suficiente para emprender el regreso, porque no es fácil dejar un mundo en el que siempre es primavera y lo único que se te pide es que sumes tus fantasías y respetes todas las de los demás.
Para Ismael y Cecilia quienes un día, sin quererlo, abandonarán Jaralandia.
Jaht