domingo, 17 de octubre de 2010

Otoño


Aquellos días eran livianos y tranquilos, el otoño llegó de puntillas. Una tarde cuando paseábamos por el camino de las Majadillas arrojó sobre nuestras nucas un puñadito de brisa y al volvernos escalofriados supimos que estaba escondido tras cualquiera de aquellos robustos castaños. Quisimos pensar que sonreía. Porque en aquellos momentos, con el corazón en calma, nosotros no podíamos imaginar el desasosiego de quienes se hunden en las hojas muertas, ni pensar que el viento y los aguaceros pudieran nada contra nuestro hogar de roble y de piedra.

Más tarde, al bajar del monte, vimos gente que miraba las nubes con angustia, convencidos de que allá no se ocultaba ningún Dios amigo; oímos ulular a niños sin madre, desnudos de amor; supimos de apasionados que cambiaron besos por cuchillos y de hombres que campaneaban entre higueras amarillas. Fuimos conscientes, a la par, de que éramos las únicas flores vivas en aquel  erial y no pudimos sentirnos afortunados. Entonces, en silencio, nos arropamos con un abrazo, temiendo ahora sí, la llegada del invierno.
Jaht

Para Rocío, el otro croco.

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