En la inmensa casa, la campana del reloj rebotó de pared en pared antes de conseguir despertar a Severine que tenía su oreja junto a ella. Tengo que rebajar la dosis de dormidina, se dijo desde el más allá. Eran las siete de un nuevo día que comenzaba, como el resto de los días de sus diez últimos años, casi sola. Lejos, en otras habitaciones de la casa, estaban sus hijos y más lejos aún, tal vez a miles de kilómetros se hallaba su marido. Hacía tiempo que había perdido la pista de sus últimas actividades: ...algo así como comisionado de una empresa que tenía que ver con la Unesco y los libros de texto para países en desarrollo, o al menos eso había contado en su última estancia; de ello hacía tres semanas.
Nuestra náufraga, en una isla de lujo, hubo de hacer un esfuerzo titánico para llegar bajo la cascada del jacuzzi y recomponer así su autoestima, y recobrar después su confianza al embadurnar sus apretados muslos y el resto de su cuerpo con una innecesaria crema reafirmante.
Luego tocó levantar a Michel, que a sus ocho años se consideraba ya el hombre de la casa, y por tanto actuaba con responsabilidad y a Melanie que era una caprichosa señorita de cinco años sin complejo de un invisible Edipo.
Severine había elegido esa situación y tenía que afrontar los hechos. No fue una decisión gratuita. Tuvo que escoger entre el amor pobre y el placer del confort, y ella que era muy cerebral optó, sin ahorrar lágrimas, por la seguridad. Papá y mamá la ayudaron a dar el paso y ahora estaban orgullosos de sus consejos: efectivamente, su bella hija merecía algo más que un músico iluso.
Melanie hubo de comerse el donuts dentro del coche porque como siempre, y ese miércoles no podía ser la excepción, a la niña le salió la vena contestataria y se retrasó más de lo debido. Diez minutos más y perdería de vista al diablillo durante el resto de la mañana; siete horas para recoger a Miguelito que desglosaría con detalle todos sus éxitos en la jornada escolar.
Jacobo había llamado, desde Perú, para decir que estaría de vuelta en una semana y que en esta ocasión, afortunadamente, podrían disfrutar de su compañía, al menos tres días. Severine redondeó con un rotulador rojo el día y escribió la hora: 5 de la tarde.
La elegancia, delicadeza y frialdad de la madre de los dos alumnos del Liceo Francés era admirada y envidiada a la par por los progenitores del resto de sus compañeros. También eran motivo de comentario su palidez diamantina y su infinita discreción. Sin duda el ejecutivo, al rentable servicio de una causa justa, era un ser afortunado y había encontrado una mujer ejemplar.
Tras dejar a buen recaudo a sus retoños tomó el Metro para visitar a sus padres, en el extrarradio y a las diez ya estaba de vuelta. En la estación de Las Maravillas, cuando caminaba hacia el aparcamiento, un músico de Jazz, con las manos embutidas en mitones, atrajo su atención y tras escuchar con detenimiento tras una columna, un conocido tema que la hizo llorar, escribió algo en un billete de diez euros y lo depositó en la funda del saxo.
Conmovida, recogió el Lexus y rodó hacia su casa no sin antes detenerse para comprar en una tienda Delicatessen cerca del complejo residencial; el servicio tenía el día libre. Atravesando el bosquecillo aceleró como si de pronto hubiera recordado algo y no cerró las cancelas del frondoso jardín.
Al entrar en la finca encerró los dóberman, desconectó la alarma y tras dejar el coche; desde el garaje, seleccionó en el hilo musical un álbum de John Coltrane para que deshelara todos los yertos rincones de aquel gélido palacete. Abrió la puerta de la vivienda y colocó algo bajo el felpudo, cerró y una sonrisa malévola iluminó su cara transparente mientras se quitaba el sombrerillo que mantenía enjaulados sus rubios cabellos ensartados en dos largas agujas coronadas por mariposas. Una a una fue desparramando por escaleras y pasillos todas las prendas que la vestían. Al llegar a su dormitorio, adornada sólo con un negro liguero; tras sacar algo de una mesilla, colocó una venda roja sobre sus ojos y se tumbó en la blanquísima cama alzando sus brazos y esposándolos en el cabecero.
Después el tiempo se convirtió en espera y el saxo tenor de Trane marcó los segundos y empujó la sangre hacia los rápidos del deseo.
My one and only love.
Jaht
A Belle de Jour que en mi vida fue antes mujer que flor. Perdón, Buñuel, por permitirme esta humilde versión.
A Belle de Jour que en mi vida fue antes mujer que flor. Perdón, Buñuel, por permitirme esta humilde versión.
5 comentarios:
A Buñuel seguro que le hubiera
gustado tu versión.
...Despues el tiempo se covirtió
en espera y el saxo tenor de Trane
marcó los segundos y empujó la
sangre hacia los rapidos del deseo...
Muy bueno
Severine... tenía un muy buen gusto musical. Sí señor.
Ya adamos por aquí de neuvo... más o menos.
Pd.- Y sí (sonrío) andaba escribiendo algo.
Bella musica y gran alimento para
el alma en una vida tan vacia.
La vida de confort lo incluye todo, incluso el deseo.
Saludos
Gracias por pasarte por mi casa y como regalo de bienvenida un poema de Carlos Marzal en mi voz, pincha en:
pluscuamperfecto de futuro
La seguridad que busca una mujer suele darme inseguridad... muy buena musica y blog saludos
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