ALBERTO
Entra en su dúplex en el centro de Madrid, una de las tres viviendas que le quedaron tras el divorcio . Se sirve una copa y sale a la terraza. Enfrente, el falso castaño le mira imponente con su tupido follaje de verde oxidado. Cuarenta metros más abajo, sobre el césped, un menudo hombrecillo con pintas de vagabundo baila y canturrea con un perro callejero. Envidia la libertad de ese pobretón y de todos los pajarillos que buscan cobijo bajo las hojas del árbol presagiando la tormenta. Apura de un golpe el coñac, auténtico, y se sirve otro que comienza a calentar con sus manos temblorosas. La botella que ha bebido en el avión que le ha devuelto de París no ha conseguido ni siquiera templarle el alma, ¡tan frío le ha dejado la sentencia!. Entra en el piso tiritando y con el mando automático cierra la cristalera, se desviste y tras ducharse se coloca un pijama y una bata, ambas prendas de seda natural.
Coloca un disco en el reproductor y la música de Wilhelm Richard Wagner golpea cada rincón de la casa dejando notas tililando en las arañas de cristal. Ha elegido la función REP para que no cese de sonar la última obra de la tetralogía del Anillo de los Nibelungos: El ocaso de los dioses. El piso está perfectamente insonorizado, los vecinos, a los que no conoce, no se quejarán por el ruido.
Llora, como siempre que escucha el Götterdämmerung, mientras desprecinta con un cortaplumas de oro un arcón de madera con diez estuches del mejor Armagnac del mundo. Coloca la botella sobre la mesa y la contempla con lascivia, luego cerrando los ojos pasea su mano por el lomo de la botella; nunca bebió de una sin curvas clásicas, ni de una licorera con caras prismáticas; siempre aborreció los recipientes experimentales de nuevo diseño y de tacto brusco no aptos para la caricia; para él, sólo formas de mujer.
Las mujeres, su segunda debilidad y su primer objeto de odio, comenzando por su madre. Tras la muerte de Doña Claudia sólo una tiene llaves de este piso y está seguro que si la viera vestida no la reconocería; por cierto, la dejará un aviso en el contestador. Abre otra de esas joyas de colección y sonríe malevolamente imaginando las caras de unos y otros cuando dentro de unos días los periódicos empiecen a hablar de la caída de un imperio financiero, de fraudes, de cuentas B...Sólo siente no estar presente para ver al imbécil de su hijo sirviendo mesas de terraza y a la cursi de su madre consultando en internet qué hacer para conseguir freir un huevo.
Hijo único y heredero de un emporio empresarial. Lector, en su rebelde juventud de paraisos perdidos, de ese "poetilla" chileno que sólo acertó en lo de la "sed eterna".Ya está borracho, bueno no sabe si ha dejado de estarlo en algún momento del día, pero ahora lo está mucho más y se ríe. Ríe a carcajadas y recuerda a su madre diciendo en la fiesta de graduación aquello de: "Albertito tiene una ligera indisposición tras una más que merecida celebración".
Las lágrimas no ligan bien con el Armagnac piensa mientras gatea hasta la librería. Llegan con los redobles de Wagner los pocos recuerdos agradables: Mónica y la inocencia, aquel verano en el Valle, el abuelo Ernesto y su colección de Cuentos Escabrosos de Curas y Beatas y.....Mónica y la inocencia.
Hace horas que dejó de templar las copas de balón, y de mimar el envase; ahora, encogido sobre la moqueta aprieta el puño sobre el gollete con la misma fuerza del que estrangula lo que más ama. Por dentro arde, su espectro es de color morado y también duele. Los timbales de la orquesta le taladran. No puede hacerles callar. Sigfrido ha muerto. Ya es tarde para todos. Quiere dormir.
INFORME POLICIAL
Llamada de mujer, que no se identifica, conminándonos a acudir a un piso sito en Calle Bailén a la altura de los Jardínes Sabatini, que pertenece a la familia Robles de Altube. Hallado cadáver de varón de 45 años de edad. Yace en el suelo, en posición fetal. En su entorno varias botellas vacías de Cognac y en sus manos un libro de Pablo Neruda con unos versos tachados : "Tengo lista mi muerte, como un traje que me espera, del color que amo, de la extensión que busqué inutilmente, de la profundidad que necesito."
Hubimos de desenchufar un lector de CD que no dejaba de reproducir música clásica a un gran volumen.
Hubimos de desenchufar un lector de CD que no dejaba de reproducir música clásica a un gran volumen.
Causa probable de la muerte: Intoxicación etílica.
CHUCHÍN
Atento, amable y dicharachero caminaba deprisa como si tuviera que llegar a algún sitio, como si alguien lo esperara. Saludaba sin parar a conocidos y extraños, siempre con una sonrisa que mordía un cigarrillo apagado; sus ojillos, a veces, chispeaban bien redondos; y otras, el peso de la tristeza, y el dulce sopor del recuerdo les hacía mirar tras una rendija entre párpados hinchados y cejas rendidas.
Atocha.Una mañana del invierno de 1984, al disipar los primeros rayos la cortina de niebla y el humo del último tren, empezó a dibujarse, a lo lejos, en el andén, la silueta de alguien que parecía descender de la máquina del tiempo más que de un vagón. Llegó tranquilo y radiante, flotando sobre los murmullos, ataviado con pantalón de pana negra, jersey de cuello alto, zapatos Gorila y boina de los Domingos; en bandolera una bota de vino de fabricación propia: piel de cabra curtida con polvo de encina, impermeabilizada con pez de enebro y cosida con trenzas de algodón; en cada mano una caja de galletas María cruzada con cuerdas y en la boca un purillo entrefino.
Paró en el centro de la sala de espera, se cruzó de brazos y miró hacia la cúpula entreabriendo la boca y asintiendo ostensiblemente. A continuación se dirigió a la salida, entregó una hoja cuadriculada a un taxista y ajustó el viaje hasta la pensión.
Luego pasaron ¡tantas cosas!: la construcción, los bares de La Latina, los escaparates, la habitación de Doña Petra, los amigos, los toros, Casa Jezabel… y Rosalía, los parques, el SELUR, la calle, los bares de La Latina, Casa Jezabel… sin Rosalía, los bancos, las largas aceras, los contenedores, algunos perros amigos, la calle, el supermercado, la sección de vino de mesa, los parques, los contenedores, las aceras infinitas, la sección de vino de mesa, la perrita, el parque….
Aparentemente el amigo Jesús siempre tuvo la misma edad. Los que le recuerdan recién llegado, no han contado en estos últimos veinticinco años ni una cana más, ni un pelo menos. Los dientes que le faltan habían quedado ya por las sierras blanqueándose al sol con los huesos de las chivarras que acarreó desde niño.
Apenas un par de concesiones a su vida en la capital: dejar que Rosalía, la del club, tirara su gorra al Manzanares y permitir que el alcohol mandara ya más que él. Y todo por ser bueno, por no saber decir que no.
Transmitía afecto, que la gente devolvía con unas monedillas que alimentaban su ir y venir al supermercado, a la sección que ya sabéis.
Ayer mismo se le vio de vuelta con un caniche saltarín antes del diluvio y bromeó con todos los tenderos que se apresuraban en guardar las mercancías, los niños que se retiraban del parque cantaron lo que él les había enseñado:
“Vienen Chuchín y su perrito,
déjame mamá que me quede otro ratito.
Es un borrachín pero es simpático
y nos cuenta historias de mundos mágicos”
Lulú no ha conseguido levantarlo esta mañana, ni con ladridos, ni con lametones. Bajo la gruesa raíz aérea del castaño de Indias ha quedado acurrucado para siempre, entre cartones, abrazado a su bota con boquilla de madera de asta de toro…., pequeño y sonriente.
Su amigo Joaquín, el de Becerril, con el que trabajó de barrendero, lo ha encontrado y no ha podido evitar un sollozo mientras le tapaba con un saco de plástico. Hace poco, entre sudores fríos y tiritones, el hombrecillo que nunca se quejaba, le había dicho: “Yo ya no estoy para ambulancias Quinito, lo mío va a ser cosa del Servicio Municipal de Basura.”
Jaht
7 comentarios:
Triste final,el lujo y la sobranza
no són la panacea para la tranquilidad de el alma.
Chuchín,con todas sus limitaciones
quizás se fué con mejor bagaje.
Estupendos los retratos de esos habitantes de una misma colmena.
Tan diferentes y tan parecidos al mismo tiempo, una bonita forma de mirar que todos en el fondo somos iguales y podemos compartir hasta el mismo final.
la muerte iguala, no hay concesiones para el dinero. Cuando llega sólo importa haber vivido , haber hecho algo con esa oportunidad única que es la vida.
La soledad se encuentra bien en una elegante copa de Armagnac y en una bota de humilde vino. Como la señora muerte, no tiene preferencias, simplemente espera a que el despistado desgraciado caiga en su enmarañada tela, sutilmente tejida. Y es que la soledad es una jodida arpía.
Ya leeré lo dedicado a tu segundo personaje. Lo prometo. De momento decirte que me ha encantado el primero de los dos retratos. sin excesos y sin prisas, me has hecho de sear un desenlace; ése esenlace.
Bordas los personajes y sus vidas... tan diferentes... tan iguales.
Un abrazo y felices vacaciones.
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