Cuando escuché el mensaje de aquel número desconocido (9347851926) en el contestador no podía dar crédito. Parecía llegar del más allá. Veintidós años sin saber nada de él y de pronto surge, sólo voz; preocupado: “ Celi, soy yo, K, quiero pedirte un favor. A tu ciudad llegará el viernes alguien que quiero que vigiles, es un tema muy personal, quiero que me cuentes la verdad. El elemento a investigar es Mambon GFD en el Hotel Conquistador. Sé, no me pidas explicaciones, que sigues en esto. El número que aparecerá en esta llamada no existe, no puedo hablar contigo. Cuando averigües algo déjame el mensaje en tu blog, como haces con los otros. Hazlo por lo mucho que nos unió. No tendrás nada que decir de los honorarios, de hecho ya he ingresado parte en una de tus cuentas”
El cabrón de K, todavía vivo, aunque no me extrañaría que estuviera muerto para los del Registro. Estudiamos juntos, los dos íbamos para espías aunque yo me quedara en mugroso detective. El, se volatilizó un día por los pasillos del CNI y desde entonces perdí su pista. Aprendimos juntos muchas cosas; de las primeras, a descifrar mensajes encriptados en un texto, de la manera más fácil. La mayoría de los transcriptores estudian las posibilidades más enrevesadas, cuando la respuesta suele estar tras una fácil combinación de letras ordenadas según indica una cifra que aparecerá casualmente en el texto: primer número para la línea contando desde el final; el resto forma la frase o la palabra, de atrás hacia adelante sin tener en cuenta los signos.
Era bueno, su falta de principios y escrúpulos le convertían en un candidato muy interesante. Y sí, hubo un tiempo que fuimos inseparables, aunque cuando en la prueba final le dieron a elegir entre un amigo o un trabajo de por vida, me traicionó; en ese momento nuestros maestros decidieron que él estaba preparado. Luego me pidió disculpas y se ofreció para llevarme a la parada del autobús tras mi expulsión: “Tú hubieras hecho lo mismo, entiéndeme Carlos Elías, así es la vida. Yo quiero ser un buen profesional de esto. Eres demasiado humano”. Entonces creí comprenderle, no me preguntéis porqué, supongo que la convicción también formaba parte de su oficio.
Con el paso de los años y las nuevas perspectivas fui colocando al amigo K en la ubicación adecuada dentro de mi vida: en el baúl del olvido. Así las cosas, lo primero que se me pasó por la cabeza fue devolver el dinero, guardar el mensaje en el mismo cajón que su recuerdo y dedicar el fin de semana al sofá, el cine y los partidos de fútbol. Pero antes de rebobinar quise oír de nuevo su voz angustiosa y confieso que me picó la curiosidad por saber quién era la mujer que se escondía tras esa descripción.
El viernes, como efectivamente la cantidad ingresada era jugosa, me permití contratar una habitación, con vistas al mar, en el hotel más rumboso de la que era mi nueva localidad desde hacía tres meses. ¿Cómo sabría Kiko (de ahí su nombre de guerra, nada que ver con el agrimensor del Castillo de Kafka) de mi última residencia?
Conseguí, con una excusa irrefutable, que me permitieran ocupar el cuarto media hora antes y localicé un discreto lugar en la recepción para ver sin ser visto. Saqué un libro manejable, ya leído, comprobé que las letras no estaban cabeza abajo y me dispuse a esperar pacientemente la llegada de lo que llamaría mi cliente: “elemento a investigar”.
Paseé por los jardines sin separar la vista del hall. Pedí a un camarero un Gin-Tonic y unos pastelitos. Visité un par de veces los servicios y, con celeridad y alivio, constaté al momento que ningún vehículo con matrícula GFD había entrado en el estacionamiento. Se hizo esperar, tanto que hube de cambiar a otro tomo; no fuera que alguien hubiera visto el título del delgado ejemplar con el que empecé la mañana (Del Amor y Otros Demonios), la gente se suele fijar en esas cosas. Iba supuestamente por la página veinte de los Cuentos Completos de Ignacio Aldecoa, a falta de cinco minutos para las siete de la tarde, cuando cruzó el aparcamiento un Audi negro que se colocó tras un seto de buganvillas, tan rápido que sólo pude apreciar el color. Me incorporé y con disimulo, el libro bajo el brazo, decidí salir a estirar las piernas. Allí estaban las letras deseadas; y efectivamente, el retrato encriptado del espía se correspondía con la realidad: alta, de mediana edad, bonita…. sólo quedaba constatar si los ojos, que se ocultaban tras esas innecesarias gafas de sol, eran negros.
Jaht
3 comentarios:
De un tirón y hasta el final. Un relato de los que enganchan querido amgo.
De verdad, eres un maestro escribiendo, siempre me sorprende como textos tan cortos pueden atraparme de tal manera, como si viera ante mis ojos todo lo que relatas, impaciente estoy por ver la segunda parte compañero.
Me pica la curiosidad, espero
el desenlace.
Publicar un comentario