El sol irradiaba aquella mañana de tu blanca tez de niño. Qué más podías pedirle a la vida si había luz y pan, corrías sin cansarte, la sonrisa encendía tu cara y reías porque la levedad te hacía flotar, y la brisa primaveral te cosquilleaba. Te esperaban en casa y querías llegar antes de que la baguette se enfriara. De ahí que compitieras con tu sombra y con la ventaja de que había pocos viandantes. Y es que en aquellos días París era un pueblo y podías cruzarte por la calle con el tío Pablo, ese señor de España que, decían, era buen pintor y al que le gustaba hurgar en los contenedores, e incluso con el loco de Ronis, el hijo de la viuda pianista, que disparaba a todo lo que se movía.
Las mujeres, que jaleaban tu carrera, llevaban aún pañuelo en la cabeza y las madres olían a ternura y sus brazos eran cálidos y suaves. Tenías ganas de volver pronto para respirar el café y el croissant que, como cada Domingo, tu padre tomaba en la cama mientras leía Libération. La portada del matutino hablaba de que un tal Jonas Salk, americano de origen polaco, había inventado una vacuna contra la poliomielitis y de los éxitos del nadador Jean Boiteux al que su padre, con boina, abrazaba dentro de la piscina.
Nunca olvidarás aquel día, ni la espléndida matinée, porque todos tus sentidos funcionaron al unísono y te hicieron fuerte e indestructible. Paraste el mundo, pero no para bajarte sino para observar con más detalle cuanto te rodeaba, y por momentos fuiste el ser más feliz de la tierra; y la justificación de que la vida merece vivirse aunque solo sea para eternizar esos segundos en que la inocencia y la alegría se imponen a la realidad, que resbalaba sin asidero por tus seis largos años de vida.
Hoy, 57 otoños después, al cerrar los ojos, has vuelto a ver al fotógrafo de aquella festiva mañana y han retornado el tufillo a orín de perro impregnado en las piedras y la fragancia de los primeros narcisos del parque; y los evocadores efluvios de la acicalada señora que acude a misa, del obrero recién afeitado y del betún de las botas del gendarme. Y es que los Domingos olían diferentes y sonaban distintos: campanas, diales saltarines, tranvías alegres, pájaros tenores, ruidos musicales y cambalache.
Cuando sea lunes: las barberías, los ultramarinos con ruedas de arenques en sus puertas, los gritos de la verdulera, los silbatos de los guardias de tráfico y los emberrenchinados R4, se harán cargo de la calle.
Cuando sea lunes….
Cuando sea lunes: irás a recoger a tu nieto que no se llama François y te enterarás, en el kiosco de periódicos, que el hijo de la pianista ya no está entre nosotros y, aunque ya sabías de su edad, sentirás que la cebolla de tu vida ha perdido otra capa; y el frío recorrerá tu espalda, sin escapar de tu cuerpo, quedándose instalado en un rincón cerca de la cabeza. Lo que pasa siempre que muere uno de los nuestros.
Y al salir del colegio el niño te preguntará una vez más:
-Abuelo, ¿cuando vamos a ir a ver a ese señor que te hizo una foto vestido de antiguo cuando eras como yo?
Y, esta vez, responderás lo de siempre:
- Pronto Willy, muy pronto.
Y le estrecharás con fuerza para ahuyentarte el frío y pensarás en todos los brazos que ya nunca te abrazarán.
9 comentarios:
Los inviernos se hacen cada vez
más largos,más frios y más notables
las ausencias. Ausencias que son
menos ausentes en la medida en que tus recuerdos permanezcan.
Recuerdos que conforman toda tu
existencia.
La alegria de la inocencia
alimentada con el pan de la
esperanza.
De la vida queda todo, pero esos instantes de eternidad en los que se toca el cielo, quiero creer que no son "espejismos".
Que algo existe más allá de esta bendita tierra que heredamos...
La foto y tu relato, me han recordado
mi niñez.Con qué alegria celebrabas
culquier novedad, mirabas a tu alrededor queriendo hacer partícipe,
a todos los que te rodeaban, de tu
felicidad
Soy el anónimo otra vez,jajaja.
Queria decirte que no tengo
internet,pero cuando tengo ocasión
paseo un poco por la red y me
gusta lo que escribes.
Perdona pero soy torpón en esto
Ese niño,lleno de luz,es un ángel que vuela,feliz e inocente.Qué vista la del fotógrafo.Y tu relato está muy bien(te lo curras,tío).Saludos,Jorge
No conocía a este artista.
Me ha encantado la nostalgia que desprende el relato, y el que hayas utilziado el pretexto de una foografía para recrear el paso del tiempo.
Gracias,conexión verata.Sólo por haber contactado con alguien de tu sensibilidad,merece la pena mi blog.Garganta es un pueblo bellísimo,por el que yo tenía querencia.Me encantaba ir a comer o a tomar algo y sentir su calma(y eso que en aquella época había tensiones políticas fuertes debido a la construcción de una presa).He disfrutado viendo tu álbum-miscelánea.¿Eres tú ese extremeño recio sentado en la mesa de un bar?Saludos de la conexión canaria.Jorge.PD:tampoco conocía al fotógrafo(pero Google nos saca de la ignorancia).
Tenía pendiente comentarte aquí... poco te puedo decir que no te haya dicho ya, me impacta lo que escribes, por la cercanía que creas y por esa forma tan mágica de "enredarnos".
Es un lujo leerte.
Abrazos.
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