Hay árboles, cerca de la cima, que al llegar la noche abandonan su posición vertical y descansan sus nudosas articulaciones sobre la hierba del monte. Yo he podido verlos, pero ya sabía que nadie iba a creerme cuando lo contara.
Sumergen sus largas raíces blancas, manchadas de tierra, en la corriente fresca del riachuelo y suspiran de alivio como hace usted cuando se quita los zapatos. Los otros, los que no se atreven a tomarse estas licencias, les critican y les envidian; los más lenguaraces incluso les han puesto el apodo de rastreros.No les importa, se lo aseguro; con sus miles de orejas pegadas al suelo, “los rastreros”, oyen amplificado el ajetreo de la vida subterránea y de todos los seres que salen a caminar a la luz de la luna. Distinguen el claqué nervioso de las hormigas del reptar, entre compases de acordeón, de las orugas; los violines del grillo se juntan con el tam-tam de la barriga de las ranas saltarinas y los ronquidos del Diañu Burlón estimulan el terrible apetito sexual de la mantis religiosa. Hasta las pisadas, con sordina, del único e invisible lince son para ellos un redoblar de tambores.
Es muy diferente lo que te trae el viento de lo que cuenta el telégrafo terrestre, yo también lo sé; por eso no pueden evitar tumbarse en cuanto el sol se oculta y en cuanto los vigías de las ramas más altas, que suelen ser rabilargos, dan el aviso de que no hay humanos.
Horas después, las alondras del valle tocan diana y los robles, castaños, almeces y madroños rebeldes vuelven a clavarse perezosamente; a veces han de soportar la incomodidad de un topillo que se ha colado en las vainas radicales, igual que usted aguanta en ocasiones una china en el calzado.
Entre murmullos de hojarasca descubrimos con las primeras luces que un tilo y un quejigo no se han levantado, suele ocurrir, algunos se niegan a incorporarse, llevan hasta el extremo su rebelión y dinamitan otra máxima, la que dice que los árboles mueren de pie. No me diga que no, usted también los ha visto con las raíces al sol…… pero ha pensado otra cosa.
No pregunte por qué no me consideran un hombre, no lo sé, después de todo usted tampoco tiene claro que lo sea. Al menos uno normal; si no: ¿a qué vienen tantas preguntas, tantos apuntes y tantos asentimientos?. No me cree ¿verdad?.... le aseguro que en esta ocasión está equivocado, doctor.
Jaht
A los otros locos verdes. A los ecologistas.
2 comentarios:
Cada dia me sorprenden más tus historias.
¡Qué lujo poder disfrutar de ellas¡
Yo te creo jejeje... Les he visto descansando, extendiendo sus largos brazos de clorofila. Los he visto erguirse magestuosos sabiendo que són imprescindibles. Bonito tu relato.
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