domingo, 24 de mayo de 2009

Angelito

Ágil, era ágil, nervioso, cariñoso, fogoso y muchas cosas con esa misma terminación que empieza a resultaros familiar y empalagosa. Se llamaba Angelito y había nacido en Roa (Burgos); allí donde en el siglo XVIII ahorcaron a El Empecinado (es jodido mantener los principios).
Dos siglos antes, el Cardenal Cisneros había “doblado la servilleta” en esta burgalesa localidad. El, Angelito; no era conocedor de ninguno de estos acontecimientos. Cuando yo le conocí tampoco sabía de la existencia del cura Merino, ni siquiera de los caldos de la Ribera del Duero: Es posible que aún no se haya enterado.
A pesar de estas “limitaciones intelectuales” él era mi amigo, uno de mis mejores amigos, uno de mis pocos amigos. Ni él, ni yo, sabemos lo que nos une; por qué nos queremos después de veinte años sin contacto. Éramos diferentes, pero jugamos juntos al frontón, subimos al monte, comimos churrascos y nos parecía preciosa "La Cantarina", aquella muchacha del barrio a la que quiso violar su padre, y que no volvió a hacer honor a su nombre.
Angel, aspirante a pacifista, trabajó en Expal (Explosivos Alaveses) cuando la guerra de Irán contra Irak y, sin querer, puso nuevo apellido a su nombre: Exterminador; algunos cachos de aquellas bombas que reventaron niños llevaban su firma. Afortunadamente él nunca lo sabrá, o tal vez lo sepa, y es por eso que me han dicho que camina sólo y cabizbajo las calles de Vitoria, deseoso de encontrar una lata a la que patear.
Tomasa, su madre, hace años que murió y ya no puede espolearle. A veces la vida no es nada sin picadores.
Jaht

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