Dos siglos antes, el Cardenal Cisneros había “doblado la servilleta” en esta burgalesa localidad. El, Angelito; no era conocedor de ninguno de estos acontecimientos. Cuando yo le conocí tampoco sabía de la existencia del cura Merino, ni siquiera de los caldos de la Ribera del Duero: Es posible que aún no se haya enterado.
A pesar de estas “limitaciones intelectuales” él era mi amigo, uno de mis mejores amigos, uno de mis pocos amigos. Ni él, ni yo, sabemos lo que nos une; por qué nos queremos después de veinte años sin contacto. Éramos diferentes, pero jugamos juntos al frontón, subimos al monte, comimos churrascos y nos parecía preciosa "La Cantarina", aquella muchacha del barrio a la que quiso violar su padre, y que no volvió a hacer honor a su nombre.

Tomasa, su madre, hace años que murió y ya no puede espolearle. A veces la vida no es nada sin picadores.
Jaht
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