jueves, 21 de mayo de 2009

Progreso

El hombre no entendía qué estaba pasando. Miraba a un lado y a otro buscando respuestas. Nadie estaba preocupado, nadie iba a sacarle de su asombro.
Había huido de la cómoda vida de Alajuela porque necesitaba nuevas experiencias, aventuras, saciar su curiosidad; pero no estaba preparado para el absurdo.
Costa Rica, un mar de por medio y Europa. Su conocimiento del idioma y su peritaje agrícola le habían ayudado para conseguir un trabajo inmediato en un pueblo del sur de Francia. Estaba satisfecho. La gente parecía amable y los compañeros de trabajo se habían interesado esa primera mañana por sus orígenes y su situación. Se le encomendó el almacenamiento, en un inmenso hangar, de cajas de fruta. A un lado cientos de palés de verdes y brillantes manzanas, en un lugar próximo los sonrosados melocotones, más allá las peras, las ciruelas, los dulces albaricoques. Todo sano, apetecible, sin mácula. Descargaron camiones durante toda la jornada. En alturas de dos metros largas hileras alineadas. A las cinco de la tarde dejaron de entrar camiones en el cobertizo y Oscar se sintió satisfecho y relajado. Trabajar en algo que acabará sobre una mesa aportando salud y placer era realmente gratificante. Todos los obreros, finalizado el trabajo, se fueron apartando hacia un lateral y se juntaron alrededor de máquinas expendedoras de café y refrescos mientras charlaban y fumaban animadamente.
Y entonces sucedió: seis enormes planadoras irrumpieron, tres por cada fondo, dentro del ámbito fragante. El ruido de las máquinas se impuso a la algarabía de los operarios que decidieron, botes y vasos en mano, alejarse como de costumbre, salir al exterior. Sólo el costarricense, paralizado, fue testigo de cómo en cinco minutos se deshacía en ríos de líquido dulzón y pulpa el trabajo de un día de veinte hombres. Las filas eran engullidas por las apisonadoras como helechos en bocas de dinosaurio.
En un minuto pasaron por su cabeza miles de estampas de niños desnutridos y muertos de hambre. Oscar se sentó, lloró y decidió irse aquella misma noche.
Jaht

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