sábado, 16 de mayo de 2009

Moncho

Diciembre. Treinta minutos para la medianoche. El hombre, de unos cuarenta años, entró corriendo y resoplando en el bar de carretera. El camarero oyó a modo de saludo, por centésima vez a lo largo de la tarde, el mismo sonsonete:
-¿Qué frío hace chacho!... -Ni se dignó contestar-

-¿Lo de siempre Ramón? –masculló agarrando por el cuello la botella de Garvey-
-¡Dale! y di a la polaca que baje que hoy vamos bien de tiempo… ¡y de carburante! – rió palpándose la entrepierna-
Vació de un trago la copa e hizo una llamada en su móvil:
-¿Cómo está la niña, va bajando la fiebre?....¡Vale!.. llego pasado mañana….¡Claro que os echo de menos y más en estos días!...Estoy aquí perdido por los Urrieles tomando café, ¿oyes los villancicos?... Duerme tranquila, un beso.

Nadiuska, así la llamaban, había llegado a su altura y se pavoneaba desde los quince c
entímetros de plataforma de sus espectaculares botas que cubrían, hasta las rodillas sus piernas desnudas.
El camionero apuró su segundo brandy, recogió sus dos llaveros (uno del Ché y otro de Franco) de la barra y metiendo la mano bajo el minúsculo pantaloncillo de la joven, volvió a empujarla hacia las escaleras, mientras la interpelaba:
-¿Entonces tú de quién eras, de los comunistas o de los otros?

Jaht

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