viernes, 15 de mayo de 2009

Turistas

A nuestro paraíso, de días contados, llegan cada vez en mayor número, visitantes de otras zonas del país que se alegran, dicen, de habernos descubierto.
Has
ta hace poco, aún vivían nuestros mayores, los que volvían por la Vera eran los familiares que habían emigrado buscando la gandaya, y que en fechas concretas (que ellos tenían subrayadas en rojo en el calendario del water) invadían las alacenas cual vikingos sibaritas y arramplaban con quesos curados, morcillas de calabaza escurridas con humo, chorizos prietos en aceite y pimentón, orejones de solana, auténtica miel…y los más desvergonzados incluso con lomos y jamones. Ni siquiera perdonaban las fechas del ayuno y la cuaresma (¡tan católicos ellos!) para meterse entre pecho y espalda todas las exquisiteces derivadas del cerdo y de la cerda, aunque a continuación, entre eructos que asfixiaban con lingotazos de vino de pitarra, se calzaran una túnica de nazareno, una capucha de verdugo y empuñaran un cirio que al rememorarles el morcón les hacía lagrimear con emotividad.
Y untando pan en los huevos fritos (cuatro por plato) que la abuela acababa de traer, anidándolos en su mandil, nos hablaban con énfasis de las excelencias de la vida en la capital, del progreso y la educación. Y lanzaban consignas revolucionarias del tipo:
-No seas tonto, “cuñao”, tú vete “p’allá” “c’allí” se ganan “mu” buenas perras.
Mientras, escarbaban en sus muelas con un cuchillo de punta fina, eso sí, colocando la mano izquierda a modo de pantalla para que se viera cuánto habían aprendido en la ciudad.

Por suerte, a medida que han ido bajando el número de matanzas y de huertos han descendido también las visitas de los parientes.
Y hoy, ustedes perdonen, ya escarmentados, desconfiamos de las buenas intenciones de nuestros descubridores.
A las aguas limpias y cantarinas de la Vera. Viven en nuestros recuerdos.
Jaht

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