Comenzaron, sin darse cuenta, a odiar todo aquello que habían disfrutado juntos: el cine, el otoño, las canciones de Paco Ibáñez, el sexo en los días lluviosos, los paseos bajo la luna llena, el café y las mandarinas. Por el contrario, fueron pasando: de ateos a ultracatólicos, de risueños a taciturnos y de Amigos de la Cerveza a la Liga Antialcohólica; en un intento desesperado de salvarse. Pero la corrosiva intemperie, en tres años, no dejó de ellos ni una brizna de su existencia. El anonimato más feroz les engulló. Hoy, nadie recuerda sus nombres ni a qué se dedicaban, pero quienes les conocimos, sí aprendimos que hay que protegerse cuando arrecian las ráfagas del desamor, que no se puede salir sin escudo y que hay que vacunarse contra un mal que hiela la sangre aunque sea Agosto y aunque estés en Sevilla.
Jaht
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