domingo, 3 de mayo de 2009

Desamor

Habían sido tan imprescindibles el uno para el otro como lo son el aire y el agua en nuestras vidas. Se quisieron tanto durante aquellos años que posiblemente gastaron el amor; y un día, cuando ya las relaciones se derretían, él se dió cuenta que no recordaba el nombre de ella, ni ella el de él. Los amigos, acostumbrados a pronunciar sus nombres al alimón, no fueron capaces de sustantivar sus apariciones individuales y se referían a ellos como: “el hombre, o la mujer, de la pareja que era feliz”.
Comenzaron, sin darse cuenta, a odiar todo aquello que habían disfrutado juntos: el cine, el otoño, las canciones de Paco Ibáñez, el sexo en los días lluviosos, los paseos bajo la luna llena, el café y las mandarinas. Por el contrario, fueron pasando: de ateos a ultracatólicos, de risueños a taciturnos y de Amigos de la Cerveza a la Liga Antialcohólica; en un intento desesperado de salvarse. Pero la corrosiva intemperie, en tres años, no dejó de ellos ni una brizna de su existencia. El anonimato más feroz les engulló. Hoy, nadie recuerda sus nombres ni a qué se dedicaban, pero quienes les conocimos, sí aprendimos que hay que protegerse cuando arrecian las ráfagas del desamor, que no se puede salir sin escudo y que hay que vacunarse contra un mal que hiela la sangre aunque sea Agosto y aunque estés en Sevilla.
Jaht

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