jueves, 7 de mayo de 2009

Toñi

No había cumplido aún los cinco años. Saltando charcos y patinando sobre las piedras mojadas se dirigía a la escuela. Toñi era un buen niño, tímido, de ojos grandes y sonrisa balsámica. Su abuela le había asentado el “peo” del flequillo con fijador de saliva pero la crin hirsuta había recuperado su lozanía despejando su frente, ampliando la luz que irradiaba su inocente faz. Se cruzó con la cabra mocha del tío Juan que amenazó con embestir y con la tía Oliverata que le embistió de veras, dejando, tras catorce besos y siete “que me le como”, su carita sonrosada y untuosa, que limpió con la manga del jersey al girar la esquina.
El aire frío de la mañana le atravesaba limpiando su cuerpo de fatigas, haciéndole ligero y transparente. La escuela de los parvulitos estaba lo suficientemente lejos como para que Toñi aprovechara, en diez minutos, para cortar no menos de treinta y tres cabezas a todos los monstruos que querían cerrarle el acceso al colegio. En uno de los embates, su cartera paró una garra mortífera y la pizarra se hizo añicos.
Cuando tras las oraciones y el examen rutinario de oídos, uñas y piojos, se atrevió, temeroso, a contarle a la señorita lo que había sucedido, pasó en cuestión de segundos de ángel a demonio y arrodillado, en la esquina del frío aula sufrió el escarnio de sus compañeros coronado con orejas de burro. Entre temblores, hipo y lágrimas, decidió que en adelante, su brazo justiciero dejaría en paz a los dragones y se alinearía con causas más necesarias y razonables que tenían que ver con los maestros y la iniquidad. Pero no se lo diría a nadie.
Jaht
-Gracias a Carlos Jiménez, y no sólo por la viñeta-

1 comentario:

Raúl dijo...

Gracias por tu visita y tus palabras en mi blog.
Un saludo.

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