Sus orígenes: hijo de campesinos analfabetos, le aterraban, y una de sus pesadillas recurrentes era verse convertido en su propio abuelo: borrachín, desdentado y bufón de caciques; o en su propio padre: impersonal manoseador de boinas, miedoso frente al amo. Él, había escapado a los quince años de todo aquello y se avergonzaba de no haber sido capaz de hacerlo antes. Unos años de indignidad manchan de forma indeleble una vida. Por eso la relación con sus tres hijos e incluso con su mujer, que no dejaba de ser una chica de capital, chirriaba cuando se planteaban maneras de vivir, pérdidas de tiempo y caprichos.
Sus historias eran para los suyos “batallitas” y no entendía que no merecieran un poco más de respeto. Estaba claro que sus cuentos ni servían de ejemplo, ni despertaban admiración. Todavía lloraba cuando se veía, niño de siete años, disputando con los perros de ganado los chuscos de pan que les tiraba el dueño de las cabras con el que estaba de gañán. Y esto hacía gracia a su hija Ester de veinte años y a Eduardo de veinticinco; aunque ya no tanto a Gerardo, que a los veintiocho les había dado un nieto precioso. El estaba también convencido de que: “quien desconoce su historia, está condenado a repetirla.”
Tenía miedo por los suyos y quería advertirles para que se mantuvieran alerta, porque la vida da muchas vueltas y aunque ahora seamos unos privilegiados, mañana podemos estar empezando de cero. Y lo peor no es que tú empieces de cero, sino que el que está al lado vaya por diez mil.
- Pero ellos nunca perdieron tres minutos en escucharme. Es triste, sargento Ramírez, tenga usted hijos para esto; pero en fin, cuando usted quiera, me han sentado bien estos bochinches de aguardiente.
(Huelva-15 de Abril de 1.999 – 19 horas- Momento de la detención del capitán Vadillo en la cantina del cuartel Granada 34, horas después de haber dado muerte a tiros a su mujer y sus dos hijos menores).
Jaht
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