Al sagaz y expansionista rey de Epiro no se le ocurrió otra cosa que declarar la guerra a Roma en vísperas de que los poderosos lanzadores de Ioamina se enfrentaran en el terreno de juego con los veloces atletas de Igoumenits y los hábiles espadachines espartanos. Esto sería comparable a que hoy Zapatero le declarara la guerra a Marruecos dos días antes de un Madrid-Barça.
Cuentan las crónicas de entonces, tan veraces como las de ahora, que a la convocatoria bélica, en primera instancia, sólo acudieron 837 de los 19.000 soldados llamados a filas, alegando razones de peso para su ausencia: fiebres del heno, torceduras, corazas abolladas, diarreas (entonces se decía diarrhoea), sabañones…. y todo tipo de disculpas de funcionarios de la época.
¿Y qué hizo el sabio estratega?: ¿suspendió los Juegos Olímpicos, pasó por las armas a los desertores o aplazó la guerra? Efectivamente Mahatma, postergó sine díe la invasión.
Tras esta decisión, el general, que tenía la popularidad por los suelos, después de su desafortunadísima frase: “Sí, otra victoria y estamos perdidos”, subió en las encuestas y fue muy querido por los dos pueblos: por el suyo y por el que iba a invadir.
Ergo, señores gobernantes, tomen nota y programen juegos deportivos y espectáculos en lugar de guerras, y pasarán a la historia como Pirro y no como Bush.
Y vosotros queridos insumisos y antimilitantes del Pan y Circo aprended alguna alineación del Sevilla y una terna torera de la Feria de San Isidro; pueden ser armas más que efectivas en la lucha por la paz.
-A los militantes del humor y del amor-
Jaht
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