Es un sábado cualquiera de nuestros días. Alguien se casa. De ello darán cuenta ciento veinticinco invitados, un cura y un par de viandantes curiosos que, de reojo, se han embelesado con los tobillos de la novia, al subir ésta a un coche emperifollado. El acompañamiento, a excepción de tres niños y dos románticos trasnochados, está envuelto en una nube de perfumadísima hipocresía. Han venido a cumplir un trámite social. Cumplir, esa es la palabra. Cumplir y figurar, para que "naide" diga.
Ellos, los protagonistas, los novios, aguantarán toda una jornada de sonrisas forzadas, falsos parabienes y comentarios picarescos. Y esperarán que la noche tienda sobre ellos el acogedor y oscuro velo de la complicidad para, sobre una cama que invita a compartir placeres, experimentar el primer excitante momento de su vida conyugal: la apertura de los sobres.
El señor cura, por su parte, al impartir la bendición culmina su laboriosa faena pastoral: ha conseguido el ayuntamiento de dos ovejas, que en adelante pastarán en el Valle de las Lágrimas como mandan los cánones; es decir, atados por una firma.
Y las mamás llorarán como antes lo hicieron todas las mujeres de sus familias y repetirán aquello de: "se me va lo mejor de la casa"; aún a sabiendas de que habrán de poner una tacita más de arroz cuando hagan la paella porque los chicos están en el paro.
Y los amigos se emborracharán mucho para demostrar su fidelidad y para poder hablar en el futuro de la histórica melopea que pillaron el día de la boda de los recien divorciados: fulanito y menganita.
Para poner fin al simulacro de jornada feliz, los novios firmarán las tarjetas del menú (encendiendo lógicamente los celos del chef) y bailarán con los invitados las típicas danzas rituales del Empujón y el Pisotón. Y entre los clásicos:
-¿Ya os váis?
- Sí bonita porque tenemos los niños en casa. Suerte para casar a los dos que os quedan..
-¡Que seáis muy felices!
-¡Pórtate esta noche!
-El banquete, espléndido, de verdad.
-La ceremonia ha sido muy emocionante.
-Recuerdos a tu madre, ¡la pobre!
-¡A ver tú cuando te animas!
-Me ha gustado mucho el revuelto de champiñones.
-¡Toma un puro compadre!
-No tengáis prisa en tener hijos que la vida está muy "achuchá".
...Y otra serie de observaciones, excusas y sabios consejos, los partícipes de la farsa van desapareciendo del salón.
De vuelta a casa, los comensales salpican las primeras horas nocturnas con jugosos comentarios:
-¡Vaya birria de comida!
-A mí no hay quien me quite que la novia estaba "preñá"
-En el sobre he metido diez mil, ni más ni menos, esos nos dieron ellos cuando se nos casó la Paqui.
-No sé como hay personas tan vulgares.
-¡Qué dolor de cabeza y de estómago!
-En cuanto lleguemos a casa sacas los langostinos del bolso y los metes en el congelador, que bien los hemos "pagao".
-Pues a quien no he visto ha sido al Mateo, ¡hay que joderse, con lo bien que se llevaban antes!...
Y colorín-colorado aquí termina la boda que os he contado. ¿Os habéis reconocido?.
¡Vivan los novios, los padrinos, la compañía y el cura que los casó!.
Gracias, Doisneau. Ya ves, la historia se repite.
Jaht
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