viernes, 1 de mayo de 2009

Juan

No tenía nada. Nada necesitaba. La camisa blanca, sencilla, sólo ribeteada por un detalle de ganchillo en mangas y cuello. Su madre había querido distinguirlo; y a fe que lo había conseguido. Aquél detalle iluminaba toda su persona: deslumbrando y ocultando; haciendo invisibles los zurcidos en los pantalones heredados de su progenitor, al que no había conocido.
Su primer baile. Parecía descalzo, flotando sobre aquellas chirriantes y brillantes abarcas ensebadas. Las mozas olían sus feromonas y olvidaban su pobreza.
Juan era fuerte, limpio y merecedor de una buena muchacha. En Marzo había cumplido los 18 y llevaba tiempo arropándose en las frías noches con miradas cálidas de mujeres en flor, o florecidas. Quería compañía, pero ni siquiera era imprescindible que fuera física, se conformaba con un risueño parpadeo, con un invisible arrumaco, con un suspiro imperceptible, con un roce aéreo……con la esencia del amor. Los que asistieron a aquel baile recuerdan que Juan recaudó a lo largo de la noche gran cantidad de estas etéreas manifestaciones.
Murió feliz, sin enterarse, sin tener que despedirse de Lucía, su madre, la mujer que le esperaba despierta. Alguien, celoso de su éxito, carcomido por la envidia, herido de anonimato, borracho de amargura…., hizo una rúbrica con su navaja sobre el pecho blanco del joven, argumentando una invasión amorosa; como si el amor pudiera salvaguardarse con hierro y fortalezas. La sangre tiñó el ribete de su manga derecha cuando intentó restañar su corazón partido.
A las madres que viven sin corazón. Jaht

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