Ya tenía todo lo que un hombre “de su tiempo” puede desear: buen trabajo, chalet, cochazo, una mujer guapa y cariñosa, unos hijos educados (bien, por supuesto)… Y tras conseguir esto, que ensalivaría la boca a cualquiera, decidió meter mano bajo la falda del poder (de ahí lo de “erótica”) y quiso poner sus dátiles, valiéndose de la política, sobre las obras públicas y las privadas (obras en general) como trampolín para llegar más lejos: al yate con grifos de oro, a los banquetes de lenguas de colibrí amenizados con música en directo de auténticos stradivarius, a las orgías con estrellas de cine, que como mínimo hayan sido candidatas en una ceremonia de los Oscar, a las comuniones VIP en el Vaticano, que puntúan más ( porque es sabido lo difícil que lo tendrán los ricos para entrar en el reino de los cielos; ya sabéis, lo del camello y la aguja)... En fin, a todo eso que diferencia a un auténtico triunfador de la chusma sin ambición (proyección lo llaman ellos). Y a punto estuvo de conseguirlo.
Pero Pierre, desafortunadamente, no había nacido en un país de gran solidez democrática, cuna de oportunidades, derechos, plenas libertades y paraíso de emprendedores y patriotas. De ser así, su nombre no se hubiera pronunciado como un lamento ovejuno sino como un auténtico y respetuoso grito de dignidad: ¡PEDRO!.
-A los "emprendedores" que hacen de lo público su campo de operaciones.-
Jaht
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